martes, 30 de junio de 2009

Iconos Femeninos.- Dolores Aleixandre

Misión Joven. Cuentan que un novicio jesuita preguntó un día al P. Kolvenbach, Superior General de la Compañía de Jesús: “Padre ¿Vd. cómo reza?”, “Rezo con iconos”. “Y ¿qué hace?, ¿los mira?” “No. Me miran ellos a mí...”


Un icono reclama en un primer momento nuestra mirada pero, si hay algo que nos sorprende y nos atrae de ellos es que, sea cual sea el ángulo en que nos situemos, tenemos la sensación de que nos están mirando. Vamos a acercarnos a contemplar siete iconos de mujeres del Evangelio y lo haremos desde situaciones concretas que hoy vivimos, tratando de que su mirada nos comunique algo de lo que ellas experimentaron en la cercanía de Jesús.
1. ISABEL (Lc 1, 39-45)
Un rasgo de nuestra sociedad es el individualismo, el ensimismamiento narcisista que nos centra y concentra en nuestro yo como lugar preferente de atención, dedicación, cuidado e inversión de casi todas nuestras energías disponibles. Da la sensación de que todo desde fuera invita a vivir ensimismados y sordos a las voces que nos vienen de más allá de nosotros mismos. Muchas fuerzas externas a nosotros nos llaman a reducir nuestra vida al tamaño de un bonsai, a encoger los deseos hasta reducirlos a los pequeños bienes accesibles y a conformarnos con pequeñas dosis de placer egoísta.
Pero en ese ensimismamiento irrumpen también las "visitaciones": si releemos Lc 1,39-45, encontraremos a Isabel, la prima de María, como prototipo de una vida "visitada", de una existencia que corría el peligro de cerrarse en la pequeña felicidad de su fecundidad sorpresiva y en la que, sin embargo, se abrió paso una voz que venía de más allá de ella misma. Isabel escuchó aquella voz y supo reconocer a María como la nueva Arca de la Alianza que llevaba dentro la salvación. Y Lucas nos da el dato de que "el niño se puso a dar saltos de alegría en su vientre"(Lc 1,44).
Isabel, "la visitada", puede enseñarnos a reconocer todo aquello que viene a nosotros envuelto en el disfraz de lo insignificante, algo que constituye una constante bíblica desde Abraham, aquel oscuro nómada que se reveló como portador de bendición, hasta los de la parábola del juicio final de Mateo 25.
Hoy sabemos que la miseria que afecta a dos terceras partes del planeta no ha dejado de crecer en las últimas décadas, lo mismo que el impacto de la emigración y de la pobreza creciente. Y, cuando tenemos la tentación de hacernos los sordos a todas esas llamadas, el Evangelio nos ofrece como tesoro secreto la noticia de que es el Señor mismo quien se oculta bajo esos rostros. Por eso nos urge a estar siempre "de parte de los visitantes" y a saber descubrir como portadores de bendición a aquellos que irrumpen e incomodan nuestras vidas que tienden a replegarse y encerrarse. No están lejos de nosotros, nos rodean por todas partes, su voz es fácilmente audible. Bastaría quitarnos los auriculares un momento para escucharles llamando a nuestras puertas. Y abrirlas puede transformar nuestras vidas y llenarlas de alegría porque son las personas y no las cosas, la fuente privilegiada de felicidad.
2. ANA LA PROFETISA (Lc 2, 36-38)
Pertenecemos a una generación devorada por la inmediatez, con enorme dificultad para encajar procesos de larga duración: navegamos por Internet, viajamos en trenes de alta velocidad, cocinamos en microondas, consumimos sopas instantáneas... La publicidad nos lo fomenta: "Disfrute hoy de su compra y pague dentro de ocho meses..."
Y el problema está en que con frecuencia intentamos aplicar esos mismos ritmos a las relaciones humanas, pero ni una amistad, ni una pareja, ni una familia, ni una comunidad se forjan con esa medida ultrarrápida del tiempo, sino que necesitan procesoS lentos de crecimiento que se nos hace difícil aceptar.
Ana, la profetisa, a quien el Evangelio nos presenta esperando toda su vida la llegada del Mesías y celebrando haberlo encontrado en sus últimos días, nos ofrece la sabiduría del saber esperar. La imagen que nos da de ella Lucas es que "le compensó" haber pasado la vida entera a la espera y que, como no quedó defraudada sino premiada con creces, su alegría se desbordó en la alabanza y el agradecimiento.
Esperar algo requiere una cualidad que el Nuevo Testamento llama "aguante activo" y que solemos traducir por "paciencia", pero que tiene más de acoger que de soportar. Revela una capacidad de ser receptivo y eso sólo es posible con una confianza que se instala en el fondo y que da fuerza para acoger la vida concreta, los acontecimientos y las cosas en lo que pueden tener de dificultoso, duro, penoso o contrariante.
Las imágenes que usa el Nuevo Testamento para hablar de esa actitud sugieren que el que espera empieza ya a disfrutar en el presente de aquello que es objeto de su espera, aunque la total posesión de lo que ya ha comenzado a gozarse no sea aún mas que objeto de promesa:
- cuando un campesino pasea por su campo y ve el trigo apuntando, se alegra ya, aunque sepa que aún no está la cosecha en su granero y que sólo la posee en forma de promesa (cf Mc 4,26-29)
- los invitados a un banquete tienen ya en las manos la invitación a las bodas, que pone en marcha los dinamismos de la preparación de la fiesta, la impaciente espera del momento en que llegue el novio que está ya en camino(cf Mt 22,1-2; 25,1-12)
- el que "atesora un tesoro en los cielos" goza de saberlo a salvo en un lugar "donde no llega el ladrón ni roe la polilla" (Mt 12,33)
- la mujer embarazada no tiene aún el hijo en sus brazos, pero vive de la promesa de su presencia y, en el momento del parto, está angustiada pero aguanta el dolor desde la alegría prometida de poder dar una nueva vida al mundo (cf Jn 16,21).
Ana la profetisa puede comunicarnos algo del secreto de la esperanza.
3. LA SUEGRA DE PEDRO (Mc 1,29-31)
Al invitarnos a recorrer junto a Jesús una de sus jornadas en Cafarnaúm (Mc 1,21-38), Marcos nos presenta una escena en la que vemos, como en maqueta, todo lo que va a ser la existencia de Jesús: "Después de salir de la sinagoga y con Santiago y Juan, se dirigió a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre y se la recomendaron. El se acercó, la tomó de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles" (Mc 1,29-31).
Una mujer anónima, a la que sólo conocemos referida a su yerno y poseída por la fiebre, fue introducida en la fiesta comunitaria del servicio fraterno por la mano liberadora de Jesús. Al comienzo del texto de Marcos, por tanto, es alguien en posición horizontal que es la de los muertos, separada de la comunidad y dominada por la fiebre. Al final del relato la encontramos en pie, curada y prestando servicio. Ha empezado a "tener parte con Jesús" (Jn 13,8). El secreto de la transformación se nos revela de una manera escueta: es el primer gesto silencioso de Jesús del que hay constancia en Marcos y tres verbos bastan para su sobriedad: "se acercó", "la cogió de la mano", "la levantó".
En un mundo en el que las relaciones se establecen a través del poder, de la dominación, de una manera de ejercer la autoridad en que el fuerte se impone sobre el débil, el rico sobre el pobre, el que posee información sobre el ignorante, la escena de esta mujer curada por Jesús nos introduce en el nuevo orden de relaciones que deben caracterizar el Reino: en él la vinculación fundamental es la de la hermandad en el servicio mutuo.
La praxis de Jesús desestabiliza todos los estereotipos y modelos mundanos de autoridad, descalificando cualquier manifestación de dominio de unos hermanos por otros: se inaugura un estilo nuevo en el que el "diseño circular" reemplaza y da por periclitado el "modelo escalafón". Su manera de tratar a la gente del margen pone en marcha un movimiento de inclusión en el que la mesa compartida con los que aparentemente eran "menos" y estaban "por debajo", invalidaba cualquier pretensión de creerse "más" o se situarse "por encima" de otros.
Por eso, cuando Marcos nos presenta a la suegra de Pedro "sirviendo", nos está diciendo: aquí hay alguien que ha entrado en la órbita de Jesús, que ha respondido a su invitación de ponerse a los pies de los demás y por eso está "teniendo parte con él.".
Muchas de las dificultades que tenemos en la vida relacional nos vienen de nuestra resistencia a ponernos en la postura básica de un servicio que no pide recompensas, ni reclama agradecimientos, ni se empeña en que "le pongan la medallita". Al que intenta vivir así, le basta con la alegría de evitar cansancio a otros y con el gozo de poder estar, como Jesús, con la toalla ceñida para lavar los pies manchados del camino de los hermanos. Imaginad la novedad que supondría este modo de relacionarnos con la gente y entre nosotros.
4. LA VIUDA POBRE (Lc 21,1-4)
Dicen los sociólogos que la fragmentación es una de las características más clara del individuo posmoderno. No estamos enteros en las cosas ni en los encuentros, sino divididos, parcializados, presentes sólo con una parte de nuestro ser: estamos trabajando soñando con el fin de semana y estamos en la caravana de retorno a casa el domingo por la tarde añorando el “hogar, dulce hogar”.
Nos cuesta tomar decisiones, nos aterra hacer elecciones que nos cierren posibilidades, huimos de compromisos duraderos que cojan a nuestra persona entera, nos horrorizan las palabras "definitivo", perpetuo, total... Preferimos que todo quede abierto, reservándonos siempre la posibilidad de marcha atrás.
Aquella viuda pobre que echó la segunda monedita en el cepillo del templo provoca nuestro asombro y, por lo que se ve, también el de Jesús: tenía entre las manos dos monedas y no se puso a dudar, ni a calcular cuánto le darían a plazo fijo invirtiéndolas en un seguro de vejez o en el superlibretón de la Caixa, o haciendo apartados: esto para el abono a Canal Plus, esto para ir a Benidorm con el Inserso, esto para la letra del coche... Le pareció que era mejor jugárselo todo a una carta, la de la entrega, la de la totalidad, y toda ella estaba entera en su elección tan arriesgada. Toma la decisión temeraria de echar en el cepillo del templo y de una vez las dos moneditas que eran todo lo que tenía para vivir.
En la admiración de Jesús por esa mujer se nota la alegría de una coincidencia de fondo: aquella mujer había aprendido, seguramente sin saberlo, aquella extraña sabiduría de Jesús de no atesorar para mañana, esos rasgos de desmesura, desproporción, abundancia, esplendidez, derroche, despilfarro que son característicos de las narraciones evangélicas. Da la sensación de que Jesús carece de sentido de la medida y por eso en Caná es una exageración la cantidad de agua convertida en vino (Jn 2,6), como lo son los doce canastos que sobran de los panes multiplicados (Mt 14,20).
La viuda pobre nos ofrece el tesoro de practicar la convicción de que la mejor manera de vivir el futuro es entregárselo todo al presente, atreverse a entrar en la lógica alternativa del derroche y de la pérdida, en un talante de vida no basado en la reserva, la precaución y las previsiones, sino en la presencia apasionada en lo que se vive en el momento presente.
Y podríamos empezar por las relaciones interpersonales: en ese campo "echarlo todo" significa que se está convencido de que sólo comprometiéndonos de todo corazón con la otra persona es como llegamos a conocerla de verdad, sólo cuando estamos dispuestos a entregar la segunda moneda, esa que siempre tenemos la tentación de reservarnos, es cuando empezamos a aprender algo de aquello que la viuda del Evangelio supo vivir tan bien: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y al prójimo como a ti mismo" (Lc 10, 28).
5. LA CANANEA (Mt 15, 21-28)
Vivimos en tiempos de afirmación del pluralismo. Es un fenómeno que ha existido siempre: grupos y personas individuales con visiones distintas de las cosas y formas diversas de vivir. Hoy eso está acentuado y cada grupo procura afirmar su identidad a partir de lo que le es propio, diferente de los demás: pluralismo de cultura, grupos étnicos, ideas, religiones... El pluralismo puede crear, por un lado, una humanidad más capaz de convivir, pero también le amenazan dos peligros: el de una tolerancia pasiva (dejar pasar, dejar ser, dejar estar...) que lleva a la desintegración, al individualismo o a la autocomplacencia total y que no se deja cuestionar por lo diferente.
Otro peligro es la intolerancia combativa: sólo mi grupo tiene razón y está en lo cierto, y todos los que no coincidan con él están equivocados. Esta aparente tendencia unificadora destruye la comunión porque no tolera lo diferente. El igualitarismo no crea comunión: masifica.
El personaje de la mujer cananea subraya en su comienzo la distancia entre el judío Jesús y la mujer: él ha sido enviado solamente a las ovejas perdidas de la casa de Israel y ella no pertenece a ese grupo sino a “los otros”. Los gentiles excluidos de la Alianza. Pero la actitud de ella, su confiada existencias, hace avanzar el diálogo, acorta las distancias, rompe las diferencias y la resistencia primera de Jesús se disuelve ante la fe de la mujer. Ambos encontraron los que les hacía “concordes”.
Al crear el mundo, Dios introdujo el “principio separación”: desde entonces la comunión se crea a partir de lo diferente, no de lo igual. Se crea dialogando, colaborando en el contexto de una vida en común, entrando en un dinamismo enriquecedor de intercambio con lo diferente. La comunión se hace por la convergencia: cada grupo crece a partir de las propias raíces, integrando las riquezas que le aportan los demás.
Catolicidad significa “pluralidad en la unidad”. Una antigua profesión de fe trinitaria dice que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son “concordes en la Trinidad”. Es decir, que son concordes precisamente en lo que los distingue.
La mujer cananea no se cansó de insistir, de permanecer, de seguir luchando y expresando su inquietud. Y Jesús fue capaz de dejarse convencer, de entender sus razonamientos, de admirar su fe y de transformar su postura inicial. Al final, habían llegado a ser “concordes en la diversidad”. Y el resultado fue una niña rescatada de las garras del enemigo, una mujer cananea feliz por haber alcanzado la sanación de su hija y un judío, Jesús, que descubrió la revelación de que el Padre, a través de aquella mujer extranjera, le confiaba una misión que alcanzaba al mundo entero.
6. LA VIUDA DE NAIM (Lc 7,11-17)
Dice el Cardenal Daneels que en cada momento de nuestra existencia decimos "adiós" a alguna persona o a alguna cosa, nos vemos enfrentados a la necesidad de despedirnos y de "hacer duelo": envejecemos, vemos apagarse nuestra energía; sufrimos al perder un ser querido: un hijo, el compañero o compañera de nuestra vida, un hermano o una hermana, un amigo, una buena vecina; sufrimos por un trabajo perdido o al que nos vemos obligados a renunciar; sufrimos por tantas heridas y tensiones, por el deterioro de nuestra imagen, por tantas oportunidades fallidas, por la perspectiva de nuestra propia muerte que se acerca inexorablemente... Y dicen los psicólogos que necesitamos aprender a procesar el duelo, saber decir "adiós" a lo que se va y "hola" a lo que llega.
Vivimos en una cultura en que, por una parte, la muerte está omnipresente y, por otra, se la aleja en un intento de ignorarla, evacuarla y expulsarla de nuestra conciencia. Nadie se muere porque es ley de nuestra condición mortal, se muere por accidente, o por un error médico, o víctima de una enfermedad para la que aún no se ha encontrado remedio pero que será vencida en el futuro.
El paso del tiempo se vive como desvalimiento, inseguridad y perplejidad; es una agresión, y se trata a toda costa de borrar sus huellas, como si fuera algo vergonzoso que hay que ocultar por educación y elemental buen gusto.
Nos aferramos a todo lo que poseemos: dinero, fuerzas, trabajos, juventud, saberes, fama, imagen... la pérdida de cualquiera de esos "bienes" nos desconcierta, nos produce rebeldía y fácilmente nos hace caer en el abatimiento. Seguimos anclados en la nostalgia del pasado, incapacitados para mirar lo que nos está trayendo el presente, llorando por haber perdido el sol e impidiéndonos así, por culpa de las lágrimas, llegar a ver las estrellas, como decía R. Tagore.
¿Qué sabiduría encontramos en el Evangelio para vivir de una manera contracultural las pérdidas y el paso del tiempo? Aquella mujer viuda de Naim, que había perdido su hijo único, nos representa a todos nosotros encajando a duras penas todos los adioses que la vida nos va imponiendo y el evangelio nos la presenta recibiendo de manos de Jesús al hijo perdido, ahora como un don y no como una posesión que se retiene compulsivamente. Posiblemente su relación con aquel hijo recobrado adquirió desde entonces otra dimensión preciosa: la del don gratuitamente recibido que no se puede agarrar como propiedad absoluta sino que se tiene entre las manos con agradecimiento y libertad.
De aquella mujer aprendemos a saber relativizar, no perdiendo el interés por las cosas y las personas, sino dándoles su justa medida, la medida del amor, de la vinculación y el compromiso. Y a saber, como el árbol a quien le podan las ramas, que es el precio para poder seguir creciendo y dando fruto.
7. LAS MIRRÓFORAS (Mc 16,1-8)
Para nadie es un secreto que vivimos tiempos oscuros y que nos sentimos perplejos y tentados de desánimo en incontables ocasiones.
De las mujeres que fueron al sepulcro en la mañana de Pascua llevando perfumes quizá podamos aprender su capacidad de afrontar los acontecimientos con sabiduría y audacia.
En primer lugar, encontramos a unas mujeres "mirróforas", es decir, portadoras de perfumes, que madrugan para ir a embalsamar el cuerpo de Jesús. La alusión al "primer día de la semana" y a la "salida del sol" acompañan su aparición en escena sumergiéndolas en un universo de nuevas significaciones: estamos en el comienzo de la nueva creación y la luz del Resucitado las envuelve en su resplandor.
Son conscientes del tamaño de la piedra y de su imposibilidad de moverla, pero eso no es un obstáculo en su determinación de ir a embalsamar el cuerpo de Jesús.
El joven sentado al lado derecho y vestido con una túnica blanca les dice: No temáis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado, no está aquí. Ved el lugar donde lo pusieron." Los títulos que se dan a Jesús: "Nazareno" y "Crucificado" nos remiten necesariamente al primer capítulo de Marcos: "Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios" (Mc 1,1) y nos hacen comprender algo del "proyecto teológico" del evangelista: los dos títulos del comienzo se van llenando de un contenido sorprendente según va avanzando su libro y el lector/catecúmeno va aprendiendo con asombro que el modo concreto elegido por el Padre para su Cristo y su Hijo no es el del triunfo, la gloria, el poderío o el resplandor luminoso, sino la oscura condición de un nazareno tenido por "uno de tantos" y el destino trágico de una muerte en cruz.
Al llegar al final del evangelio de Marcos ya nadie puede engañarse: para reconocer al Cristo Hijo de Dios hay que bajar y no subir, hay que contar con el fracaso y con el dolor, hay que hacer callar a muchas imágenes falsas de Dios para abrirse a la que se nos revela en aquel galileo crucificado fuera de las murallas de Jerusalén.
Por eso el final convoca a una cita en Galilea: "Id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo". Cada seguidor del Cristo Hijo de Dios tendrá, a su vez, que dar contenido a su condición de discípulo en la Galilea de su vida, tendrá que ir verificando la autenticidad de su seguimiento en el esfuerzo por ir acompasando su camino al de aquél que pasó haciendo el bien y no rehuyendo ningún quebrantamiento ni ninguna dolencia, sino haciéndose próximo a todo ello para sanarlo cargándolo sobre sí.
El temor de las mujeres y su silencio se convierten así en un "cortejo adecuado" para el itinerario al que se invita al cristiano: ir a Galilea no es fácil y puede inspirar temor porque ahora ya sabemos cuál fue el final del que recorrió sus ciudades y sus caminos. Y lo que importa no es hablar sino seguir con atención el rastro de sus huellas.
Pero el anuncio encierra una promesa que es ya ,de por sí, la mejor noticia: el que ya no se deja encerrar por la noche del sepulcro, ha tomado la delantera y espera en Galilea a los que quieran reunirse con él. Allí le verán. Allí le veremos también nosotros si, como aquellas mujeres, nos dejamos encontrar por él.

CONTEMPORÁNEAS DE HACE VEINTE SIGLOS
Una mirada a siete iconos femeninos del Evangelio
DOLORES ALEIXANDRE, religiosa del Sagrado Corazón. Profesora de Biblia en la Universidad Pontificia Comillas (Madrid).

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viernes, 26 de junio de 2009

La oración del Padre Nuestro (Por Juan Mateos)

Vamos a explicar el "Padre nuestro", la oración cristiana por excelencia, la petición cristiana por excelencia. Porque en la anterior conferencia hablábamos de las dos clases de oración: la oración de unión, ...

...la presencia de Dios en nosotros, que no tiene formulario. Nosotros podemos decir lo que queramos o no decir nada, el caso es saber que el Señor está con nosotros.



El evangelio de Juan dice en el capítulo 14: el que me ama cumple mis mandamientos. Voy a aclarar esto un poco, porque el Señor nunca dice cuáles son sus mandamientos. Hay "un mandamiento", lo mismo que hay "el pecado". El pecado y el mandamiento son dos actitudes contrapuestas. El mandamiento es el amor como Jesús ha amado, o sea, hasta el final, el amor a todos como él ha amado, y el pecado es el desprecio de todos para vivir para el propio egoísmo.

Son dos actitudes. Del mandamiento nacen los mandamientos, que son las exigencias concretas del amor en contextos determinados, que nunca se precisan porque son infinitas. Y del pecado nacen los pecados, de la actitud egoísta nacen los pecados: las injusticias, las ofensas, el daño que se causa a otros. El Señor da el mandamiento, que es una actitud de amor universal, de amor hasta el final, y de ahí sale la exigencia concreta que nunca especifica. "El que cumple mis mandamientos", es decir, el que responde a las circunstancias con amor, "ese es el que me ama, y, al que me ama, mi Padre le demostrará su amor y yo también se lo demostraré y me manifestaré a él". Y dice luego, poniendo la cosa al revés: "el que me ama", es decir, el que está identificado conmigo, "ese cumple mis mandamientos", ese responde al amor en cada circunstancia, "y el Padre y yo vendremos a él y nos quedaremos a vivir con él". Esta es la oración de unión.

Existe también la oración de petición, que es ocasional. Y para ésta el Señor nos enseña el Padre nuestro. En Mateo esta oración está colocada en una diatriba, por así decir, del Señor contra los fariseos. Primero ha hablado contra los letrados, los escribas, los doctos, oponiendo los antiguos mandamientos o antiguas prescripciones de la Ley, al nuevo Espíritu que él trae. Y luego se dirige a los fariseos, que eran los observantes. Los fariseos no eran gente docta, excepto los que eran letrados. Eran gente muy observante, tenían tres ejercicios de piedad que debían observar. Uno era la limosna, otro la oración y el tercero el ayuno. Esta era la espiritualidad farisea.

Entonces, el Señor, lo que hace es denunciar el objetivo oculto de la ostentación farisea de piedad. En realidad ellos quieren crearse fama de santos y para eso utilizan estas prácticas de piedad, porque la fama de santos les permite dominar al pueblo. Por eso dice Jesús: "cuando deis limosna, no hagáis como los hipócritas, que tocan la trompeta antes de dar limosna para que todo el mundo se dé cuenta", para exhibirse ante la gente. Esto pretende la fama de santidad y esto, naturalmente, crea el dominio. La fama de santidad es peligrosísima, porque la gente se somete a esa persona santa, que se llama santa. Y eso no es así. No tenemos tampoco que dar ejemplo nunca, sino portarnos como somos, porque dar ejemplo supone que nos sentimos superiores. Hay mil sutilezas en el orgullo y en el deseo de dominio. "Hago esto para dar ejemplo". Ya estás tú aquí de superior, de alma escogida. No, no. Tenemos que portarnos haciendo visible el Espíritu que tenemos, sin más, como somos. Y, si eso transmite espíritu y vida, tanto mejor. Pero sin ningún aire de superioridad. Yo sé y tú no sabes, yo hago y tú no haces. Todo eso, fuera. Por eso el Señor llama hipócritas a los que dan limosna. Naturalmente él exagera cuando dice que tocan la trompeta para que todo el mundo se dé cuenta. "Vosotros, cuando deis limosna, que vuestra mano derecha no sepa lo que hace la izquierda. Vuestro Padre que ve en lo secreto os recompensará. Cuando oréis, no hagáis como los hipócritas, que se ponen en las esquinas de las calles, con las manos levantadas", cuando ellos tenían las horas de oración y se ponían en medio de la calle, levantando las manos para que todo el mundo los viera, y así todos dijeran: qué piadoso, qué hombre tan observante, qué bueno, no tiene respeto humano. "No hagáis como los hipócritas que oran en medio de la calle para exhibirse ante la gente. Ya han recibido su recompensa, os lo aseguro". ¿Qué buscaban? ¿Fama? Ya la tienen. Pero ya no tienen más. "Cuando vosotros oréis, entrad dentro del último cuarto de vuestra casa, cerrad la puerta", quiere decir, en el fondo del corazón. "Y allí pedid, que vuestro Padre, que ve en lo escondido, os recompensará".

Después habla del ayuno. "No hagáis como los hipócritas, que cuando ayunan no se afeitan ni se lavan la cara, para que todo el mundo los vea" y digan: qué hombre más santo, que está ayunando hoy. No. "Vosotros, cuando ayunéis, echaos colonia y afeitaos, para que nadie lo note. Y vuestro Padre que está en lo escondido, os recompensará". Veis qué oposición tan tremenda, qué denuncia tan tremenda de esa santidad exterior que quiere imponerse.

Y en medio, en el apartado de la oración, el Señor incluye el Padre nuestro. Dice: "cuando oréis, no seáis palabreros, como hacen los paganos, que piensan que cuanto más hablen más caso les van a hacer. Vuestro Padre ya sabe de lo que tenéis necesidad antes de que se lo pidáis. Cuando oréis", es decir, cuando queráis pedir al Padre, puesto que el verbo orar significa pedir, "decid así: Padre nuestro del cielo..." Esta es la invocación. Después vienen las peticiones, que son tres y tres, es decir, seis.

Padre nuestro del cielo.

En griego, la traducción más sencilla es ésta. No la que decíamos: "que estás en los cielos". Vemos, en primer lugar, que es una oración comunitaria. Padre nuestro, no Padre mío. Es comunitaria siempre. Aunque la digamos sólos (evidentemente podemos decirla), sin embargo, siempre nos consideramos miembros de una comunidad. Nosotros no somos cristianos individualmente, somos cristianos personalmente, pero siempre esta persona que somos está integrada en un grupo, en una comunidad. Si no, no hay cristianismo. Por eso, aunque estemos sólos, siempre es Padre nuestro. Nosotros somos personas libres, pero miembros de una comunidad, que es la nueva humanidad, la comunidad de Jesús.

Fijaos que la palabra "Dios" no aparece en toda la oración, porque el nombre cristiano de Dios es: Padre. La relación con Dios es la de la criatura al Creador, la relación con el Padre es la del hijo con el Padre. Esta es la relación última, definitiva, la relación consoladora, la relación que nos llena de alegría, la que nos estimula a parecernos a nuestro Padre.

Ya hemos explicado la palabra "Padre". Padre es el que por amor comunica su propia vida. Al decir nosotros a Dios, Padre, significa que tenemos experiencia de que hemos recibido esa vida. Y como esa vida es el Espíritu, los que pronuncian el Padre nuestro son los que ya tienen el Espíritu de Dios, porque es el Espíritu el que nos hace hijos. Uno que no se sienta hijo, que no sea hijo, no puede decir Padre. Podrá decir Señor, podrá decir Dios, pero, para decir Padre, necesita la experiencia del amor que Dios nos tiene, y de que con ese amor nos ha comunicado su vida, su Espíritu.

Pero fijaos que en un evangelio, dicen los lingüistas, o en una obra cualquiera, el texto se acuerda. Es decir, cuando nosotros leemos el Padre nuestro en el capítulo 6 del evangelio, Mateo se acuerda de todo lo que ha dicho antes, en los cinco capítulos precedentes. Y entonces sabemos que la palabra "Hijo" se pronuncia en el bautismo de Jesús, cuando Jesús hace su compromiso hasta la muerte, cuando se abre el cielo, baja el Espíritu y suena la voz del Padre: tú eres mi Hijo. De manera que los que pronunciamos la palabra "Padre", somos los que hemos hecho ese compromiso por amor a la humanidad, ese compromiso que nos ha puesto en sintonía con Dios, y entonces Dios ya no es para nosotros el Creador, sino que nos comunica su Espíritu y nos dice a cada uno de nosotros: tú eres mi hijo.

Pero además, si nos acordamos de las bienaventuranzas, allí había una, la séptima, que decía: dichosos los que trabajan por la paz, por la felicidad de los seres humanos, porque a esos Dios los llamará hijos suyos, serán llamados hijos de Dios. Cuando en el Nuevo Testamento se dice "será llamado", quiere decir que lo es y además que se reconoce. Ser llamados hijos de Dios, no quiere decir que sea como un apodo, sino que son hijos de Dios y además esa calidad es reconocida por otros. Aquí es Dios el que los llama hijos suyos. Por lo tanto el que dice Padre, que pertenece a esos que Dios llama hijos, es que el trabaja por la paz. Y, como el Padre nuestro se dice en plural, es decir, incluye a una comunidad, es la comunidad cristiana la que ha recibido el Espíritu, la que está en sintonía con Dios por ese compromiso de amor y la que está trabajando por el bien de los seres humanos. Y cada uno de sus miembros está en ese mismo compromiso, está en esa misma labor, cada uno a su manera, según sus cualidades, sus fuerzas, su preparación. Cada uno encontrará el terreno en el cual tiene que hacer avanzar ese reino de Dios.

Padre nuestro del cielo, naturalmente, se opone al padre de la tierra. Jesús no tiene padre terreno. Lo ha dicho Mateo en el capítulo primero. Y luego en el capítulo 23 dice: vosotros no llaméis a nadie padre en la tierra. De modo que el discípulo tampoco tiene padre terreno, no lo reconoce. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que la figura del padre es, en la tradición judía, el modelo del hijo. El hijo tiene que parecerse a su padre. Y además el padre es el transmisor de la tradición. Tremenda cosa, porque la tradición es la transmisión de todos los valores de una cultura, de los buenos y de los malos.

Si el Señor tenía que proponer el mensaje de Dios en toda su pureza, en toda su transparencia, él no podía tener por modelo a un hombre, ni podía depender de la tradición que le transmitiera un hombre. Este es uno de los sentidos teológicos del nacimiento virginal o de la concepción virginal de Jesús. Jesús no podía tener modelo humano, ni estar condicionado por una tradición humana transmitida por un padre humano. Por eso los evangelistas Mateo y Lucas, ya después de años de reflexión, vienen a decir, con ese relato, que con Jesús empieza una humanidad nueva. Él, por primera vez, nos ha hecho conocer lo que es realmente Dios. Por lo tanto, ¿quién pude ser su modelo? Dios mismo. ¿Quién puede haberle transmitido esa tradición que, en el fondo, es el Espíritu, ese ser de Dios? Dios mismo. No puede ser otro. Jesús no es hijo de José. Esa es la conclusión teológica que expresa esto. Con él empieza una humanidad nueva, algo que no se había visto nunca, esta transformación de la persona, que le hace vivir para el amor de los demás, esta entrega parecida a la suya. Esta es una humanidad diferente. Por lo tanto, Jesús es el principio de una nueva humanidad, está en paralelo con Adán, él no desciende de Adán. Es otro Adán, otro principio de humanidad. Por eso, si a Adán lo creó Dios, a Jesús tiene que haberlo creado Dios. Jesús, se dice en su nacimiento, no es hijo de José. Estas son las interpretaciones teológicas de la novedad de Jesús, que se formulan por lo menos veinte años después de que se escriben los primeros evangelios.

Por eso nosotros no tenemos padre en la tierra en el sentido de que nuestro modelo no es un hombre, aunque sea nuestro padre físico, a quien tenemos que querer mucho, por supuesto y respetar muchísimo. Pero nuestro modelo es el Padre del cielo, como Jesús. Y nuestra tradición personal, nuestra herencia de ideas, de criterios tampoco es la de un hombre, es la del Padre del cielo que nos ha manifestado Jesús. Ese es nuestro ideario, esos son nuestros criterios, así vemos nosotros y juzgamos la realidad, a partir de lo que Jesús nos revela, que es precisamente la mente del Padre del cielo.

Fijaos hasta qué punto esto está asimilado por los evangelistas. Os voy a citar un texto de Marcos. Mateo ya lo dice: "no llaméis a nadie padre sobre la tierra", es decir, no tengáis modelo humano, no os acomodéis a tradiciones transmitidas. Marcos lo pone de otra manera, cuando dice: "Todo el que deje casa, padre, madre, hermanos, hermanas, hijos o tierras por causa mía y por causa del evangelio, de la buena noticia, recibirá en este mundo, ahora, en esta vida, cien veces más: casa, madre, hermanos, hermanas, hijos, tierras". Y no dice nada del padre. En la primera enumeración, entre lo que deja, está el padre, padre y madre. En la segunda no hay padre. Porque el padre es la figura de autoridad, es el que dicta lo que hay que ser y lo que hay que hacer. Y eso, en la vida cristiana, no se puede aceptar. No se trata de prescindir del padre físico. Todos debemos quererlo y respetarlo. Pero nuestro criterio, nuestras ideas, nuestro modo de pensar es el de Dios, el del Padre del cielo, transmitido por Jesús. Nuestro modelo es el Padre del cielo. Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto. Ese es el modelo. Modelo que hemos visto realizado en Jesús. Jesús es la única manera que tenemos de conocer al Padre del cielo. Por eso, Padre nuestro del cielo. Este es nuestro Padre.

El cielo no indica lejanía. El cielo es una metáfora, espacial, pero una metáfora. No hay un espacio arriba y otro abajo. Los antiguos ponían lo sublime, lo elevado en la altura. También nosotros, instintivamente. Aunque en nuestro tiempo lo importante, lo excelente nosotros lo llamamos profundo. Hemos adoptado otra simbología, otra metáfora espacial. Pero ahora lo bueno es profundo. Cosa que también es metafórica. Instintivamente usamos unas u otras metáforas. Según las épocas, unas predominan sobre otras. Entonces era alto y bajo. Por tanto el cielo, que es lo más alto, es símbolo de la excelencia y de, lo que llamamos en un lenguaje más teológico, la trascendencia divina. Es decir, que a Dios no se le alcanza, no se le ve, es un ser que está por encima de todas nuestras categorías. Ese es el cielo del Padre nuestro. Pero Mateo mismo, unos versículos antes, ha dicho: vuestro Padre que está en lo escondido te recompensará. El Padre está en el cielo, significa su excelencia extraordinaria. Está en lo escondido, su cercanía. De manera que veis que usa dos metáforas distintas. El está cerca de nosotros, invisible, pero, ahí está, cerca de nosotros. De manera que no le demos sentido espacial, como hicieron, para ridiculizarlo, aquellos primeros astronautas, que dijeron: hemos viajado por el espacio y no hemos encontrado a Dios. Eso es infantilismo. No se trata de una realidad arriba y una realidad abajo, sino del símbolo normal de lo elevado o lo bajo.

Padre nuestro del cielo, es decir, nosotros hablamos de que tenemos la experiencia de tu hogar. Sabemos que nos amas. Y además estamos comprometidos con ese amor y estamos trabajando para que la humanidad conozca tu amor, trabajando por la felicidad de los seres humanos.

Proclámese ese nombre tuyo.

La primera petición, según la traducción ordinaria, es: santificado sea tu nombre. Esta es una frase rara, desde luego no es española. Que tu nombre sea santificado, ¿qué quiere decir? ¿Que digamos que es santo, santo, santo? Sería una santificación de palabra, porque de obra no puede ser. El nombre de Dios es santo. No hace falta que lo santifique nadie. Esta es una frase hebrea, que significa, en el fondo, que sea reconocido. La misma frase está en la 1ª carta de Pedro, en el N.T., donde se dice, en medio de la persecución: vosotros, en vuestro corazón, santificad al Mesías como Señor, es decir, reconoced al Mesías como Señor. Es un reconocimiento. Entonces, como es una cosa pública lo que se pide, aquí hemos traducido "proclámese", que es más solemne que reconózcase. Proclámese tu nombre.

¿Cuál es tu nombre? El nombre está por la persona, es una manera de designar la persona. Pero, en este contexto, el nombre se refiere al que acabamos de pronunciar: Padre. Reconózcase o proclámese ese nombre tuyo. Esto es lo que se pide. ¿Quién lo tiene que proclamar?

El Padre nuestro tiene una invocación: Padre nuestro del cielo. Después, tiene tres peticiones para la humanidad entera, en las cuales no aparece ningún nombre personal referido a nosotros. Se dice: tu nombre, tu reino, tu voluntad. Y tiene una segunda parte, la cual se refiere a la comunidad cristiana. Nuestro pan, nuestras deudas, no nos dejes ceder a la tentación. De modo que, en la primera parte, los nombres posesivos se refieren a Dios. Tu nombre, tu reino, tu voluntad. En la segunda parte se refieren a nosotros: nuestro pan, nuestras deudas, nuestros deudores, no nos dejes ceder a la tentación y líbranos. De modo que tiene dos partes clarísimas.

En esta primera parte, que estamos comentando, la primera petición es esa: proclámese ese nombre tuyo. ¿Quién lo tiene que proclamar? La humanidad. No nosotros. Nosotros ya lo reconocemos. Precisamente lo hemos llamado así: Padre. De modo que nosotros reconocemos que Dios es Padre. Pero la humanidad, no. Por lo tanto lo que se pide es que la humanidad reconozca que Dios es Padre. ¿Qué significa esto?

Las tres primeras peticiones del Padre nuestro nacen de una experiencia. Nosotros ya conocemos que tú eres Padre, nosotros hemos experimentado tu amor, nosotros vivimos de esa vida que nos has comunicado. Nacen de esa experiencia. Entonces esa experiencia se traduce en deseo. El deseo de que la humanidad conozca esto. Y desemboca en el compromiso. Y tenemos que hacer lo que podamos para que esto se verifique. De manera que nace de la experiencia, que hace surgir el deseo y desemboca en el compromiso.

La comunidad tiene experiencia de que Dios es Padre y quiere que la humanidad entera la tenga. Porque aquí hay la utopía pequeña, la utopía realizada, que es la comunidad cristiana. Ese es el reino de Dios realizado, donde existen unas nuevas relaciones humanas, donde hay la experiencia del amor del Padre, donde hay la experiencia del amor de los hermanos, el amor fraterno y la solidaridad, donde los seres humanos son libres, no están sometidos ya a leyes, ni a imposiciones, donde toda esa comunidad está volcada para el bien del resto de la humanidad. De modo que hay una pequeña, minúscula, digamos, utopía realizada, el grupo cristiano.

Pero queda la gran utopía, que es la realización en la humanidad entera. Y entonces, los que viven en la utopía realizada, piden que se realice, que se verifique la gran utopía, que la humanidad llegue a entrar en esta realidad. Proclámese o reconózcase ese nombre tuyo. Que la humanidad sepa que tú eres Padre.

Esto es la gran liberación de la humanidad. Porque todos los regímenes tiránicos, los cuales eran los únicos regímenes que había en aquel tiempo, no había más que tiranos, todos se han basado o han pretendido siempre estar consagrados por los dioses. La misma organización judía, tremendamente opresora, que era religioso-política, porque el sumo sacerdote era jefe religioso, pero además jefe político desde que había cesado la monarquía, era jefe de estado al mismo tiempo. Y esa organización se basaba en la pretensión de que eso era instituido por Dios. Y no digamos los regímenes paganos. Todos estaban amparados por sus correspondientes dioses.

Ya sabemos que en casi todos los países había dos religiones paralelas. Una era la religión del estado y otra era la religión popular. La religión popular empieza con lo doméstico: los difuntos, los dioses de la casa, en fin, todo lo inmediato. Pero el estado crea sus propias divinidades, que no hacen más que consagrar los valores del poder. Y así, por ejemplo, en Roma, ¿quién es el valor supremo? Júpiter. Júpiter es rey, sacerdote. Por eso el jefe del estado romano es rey y sacerdote, supremo poder civil y religioso. Se crea una divinidad a imitación de la cual se ejerce el poder civil y religioso. En Babilonia, era el Marduc. El rey era la encarnación de Marduc. Y en Egipto ya el rey, el faraón, era hijo del sol, que era su divinidad. De manera que tenía categoría divina. Todas la tiranías se amparan en eso. Otras, naturalmente, no llegan a proclamarse divinas, pero, incluso en el imperio cristiano, el rey, el emperador era consagrado por la Iglesia y era coronado por ella. De modo que tenía ese respaldo religioso.

Todo esto es lo que se cae. Porque Dios no es el Señor que domina, sino el Padre que da vida. Ninguna autoridad humana puede poner su base en Dios, en el dios que también es un déspota celeste. Así era incluso el dios Del A.T. en muchos pasajes, no en otros, claro, porque está muy mezclado. Pero, en muchos pasajes, aparecía como ese dios absoluto, ese dios con poder ilimitado. Fijaos que en el A.T. los reyes se llaman dioses y también los jueces. "Dioses sois e hijos del Altísimo todos", dice un salmo. Eran los personajes de la autoridad. ¿Por qué? Porque como Dios es la autoridad suprema, el que participa de la autoridad es como Dios. Pues esto se cae por su base.

Cuando la humanidad se dé cuenta de que Dios no puede dar pie a ninguna autoridad absoluta, a ninguna tiranía, porque Dios no ejerce así, sino que Dios en realidad es el Padre que comunica vida, la humanidad se liberará de todo miedo. Es la primera petición. Que la humanidad comprenda que tú eres Padre. Por lo tanto que no respete ya ninguna tiranía, ninguna opresión, lo cual significa la liberación de la sumisión, que es lo que la humanidad había vivido siempre. Es el horizonte de la libertad. Veis qué fuerte es el Padre nuestro, lo que se pide en él. Los que viven en una comunidad tienen ya esa experiencia, ellos ya saben que Dios es Padre, no pueden someterse a ningún tirano. Tendrán que vivir en una sociedad, donde tendrán que convivir con otros. Pero reconocer como divinos esos poderes, como se hacía en el culto al emperador romano, no, eso no. El estado será necesario, pero nosotros no aceptamos la veneración del poder. Puede ser un mal necesario, a veces, pero nunca el poder tiránico, nunca. El poder opresor, jamás. Primera petición. Que la humanidad, sabiendo que tú eres Padre, sea libre, se libere.

Llegue tu reinado.

La segunda petición tiene, en la traducción española, un defecto tremendo, que no sé por qué ha entrado, no me lo explico. Se dice: venga a nosotros tu reino. Ese "a nosotros" no está ni en el griego ni en el latín ni en el francés ni en el italiano ni en el inglés ni en el alemán ni en ningún otro, solamente en el español. ¿Por qué se dice "a nosotros", si no está? Es meter ahí un pronombre que pertenece a la comunidad, y eso corresponde a la segunda parte. Falsea completamente el Padre nuestro. Porque hemos dicho que los que rezan el Padre nuestro tienen ya experiencia de ese reino, Dios reina sobre ellos porque tienen el Espíritu. Ellos no piden para sí, piden para el mundo. Por eso, si os acordáis del latín, se decía: "adveniat regnum tuum". No a nosotros, sino que llegue tu reino. De manera que eso tenemos que corregirlo en nuestra oración. Porque si no, no entendemos el Padre nuestro.

¿Qué significa esta petición? La palabra reino puede traducirse de tres maneras: realeza, reinado y reino. La ordinaria, en lenguaje arameo o hebreo, es reinado. El reino somos nosotros, y no se puede decir que lleguemos nosotros. Lo que se pide es que llegue su reinado, es decir, que la actividad de Dios sobre la humanidad se ejerza. Ya se ejerce sobre la comunidad y ahora, esta comunidad, quiere que sea para el mundo entero, para toda la humanidad. El reinado de Dios es la comunicación de vida. La vida de Dios comunicada es el Espíritu. Por tanto lo que se pide es que esta experiencia de vida que tenemos nosotros, del Espíritu que nos ha dado vida, que sea también experiencia de la humanidad. La pequeña utopía realizada y la gran utopía.

Acordémonos de la primera bienaventuranza. "Dichosos los que eligen ser pobres, porque sobre ellos reina Dios, Dios ejerce su reinado, tienen a Dios por rey". De manera que para que Dios ejerza su reinado sobre los seres humanos, esa comunicación de vida, hace falta esa opción, la opción por la pobreza, que es la opción contra las ambiciones de dinero, de honor y de poder. La comunidad ha hecho la opción y ha recibido el Espíritu, ya Dios reina sobre ella. Entonces se pide que Dios reine sobre la humanidad, y eso implica que la humanidad cambie su estado de valores, que en vez de los valores de la sociedad injusta (la ambición, las insolidaridades, la violencia interna y externa), que cambien y que elijan precisamente lo contrario: la sencillez y el compartir, la igualdad y el servicio mutuo, en vez del poder, el honor y el dinero. De manera que esta humanidad que, primero, se libera al comprender que Dios es Padre y no es tirano y, por lo tanto, no acepta un tirano, esa humanidad, así liberada, haga las opciones propias de ese Padre que se propone, las opciones para que el Padre pueda reinar. Las opciones implican renunciar a las ambiciones, y entonces "tu reinado" será una realidad. Que la humanidad se llene de vida, de Espíritu, de amor, de solidaridad, de fraternidad, porque ha hecho las opciones que eliminan esas rivalidades, hostilidades y violencias de la sociedad en que vivimos.

De manera que éste es el reinado de Dios. Dios reina sobre cada uno de nosotros y también sobre todos, porque la opción la hace cada individuo, esa no es comunitaria. Dentro de la comunidad, uno hace su opción personal. Eso es inevitable. No se pueden hacer opciones comunitarias, cada uno tiene que hacer su opción. Entonces así se crea la persona nueva. La persona que hace esa opción, que destierra de sí las ambiciones, que renuncia a todo eso y recibe el Espíritu, es la persona nueva, la nueva criatura. Entonces lo que se pide es que los seres humanos sean personas nuevas y que por esa opción vaya surgiendo la humanidad nueva.

Realícese en la tierra tu designio del cielo.

Tercera petición. La traducción ordinaria "hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo", se entiende poco. ¿Quién hace la voluntad en el cielo, para que se haga en la tierra? No está claro. ¿Qué voluntad es esa? La palabra voluntad, que está en la traducción latina "voluntas", es una traducción deficiente. Porque la palabra griega, significa algo concreto, y eso concreto, si se refiere a un proyecto histórico, como es aquí, a un plan de Dios, entonces la traducción "voluntad" nos es correcta. Ponemos "tu plan" o una palabra más noble y más bonita que es "tu designio".

De manera que Dios tiene un designio. ¿Cual es? Ya lo sabemos. Que esa humanidad nueva construya una sociedad nueva, que es el reino de Dios. Esa humanidad nueva, que viene por su reinado, por el don del Espíritu, construya una sociedad nueva. Fijaos, si nosotros decimos "designio" o "plan", entonces eso incluye dos fases: una fase de concepción y otra de ejecución. Un designio, un plan se concibe y después se ejecuta. Y a eso corresponden los dos términos. En el cielo se concibe y en la tierra se ejecuta. Por eso la traducción es: Realícese en la tierra tu designio del cielo. Dios tiene un proyecto, Dios tiene un designio sobre la humanidad, que es esa sociedad nueva, esa sociedad de los hijos de Dios, esa sociedad de felicidad humana, de libertad, de crecimiento, de fraternidad. Él lo ha concebido en el cielo. Y lo que pedimos es que se realice en la tierra.

La comunidad tiene ya experiencia, pequeña, frágil, de esa realidad. Ella es parte de ese designio a realizar, es ya una pequeña parcela del reino de Dios. Pero no basta. El compromiso inicial del cristiano se hace por amor a la humanidad, como el de Jesús. ¿Veis cómo se trasluce el amor a la humanidad en estas tres peticiones? Los que ya viven la nueva realidad no pueden conformarse con vivirla ellos, están deseando que eso se extienda a la humanidad.

De manera que tenemos ya la primera parte del Padre nuestro. Proclámese ese nombre tuyo, que la humanidad sepa que tú eres el dador de vida, no un dios tirano, un dios arbitrario, sino el Dios que comunica vida a los seres humanos. Con lo cual se libera de toda superstición del poder, de toda adoración del poder, de todo respeto a la tiranía. La humanidad liberada. Llegue tu reinado. Que la humanidad haga la opción aquella de la primera bienaventuranza, que cambie su estado de valores y tú le infundas vida y se cree el ser nuevo. Realícese en la tierra tu designio del cielo, es decir, que esos seres nuevos construyan la nueva sociedad, la que asegura la felicidad de todos los seres humanos.

Esta es la primera parte del Padre nuestro. Es completamente misionera, volcada hacia afuera. Esto es notable, porque el Señor nos enseña aquí cuál es el orden de prioridades en nuestras peticiones. No empieza diciendo: Señor, yo pido por mí. No. Primero por todos, por la humanidad. Fijaos en aquella frase de Juan que dice: Así demostró Dios su amor al mundo (que es la humanidad), llegando a dar a su Hijo único. De manera que el amor a la humanidad, supera, por así decir, al amor al Hijo. En nosotros, el amor a la humanidad, supera al amor hacia nosotros.

Yo he enseñado liturgia muchos años, liturgia oriental, y colaboré, después del Concilio, con las comisiones aquellas que se organizaron para arreglar la misa y el oficio divino. Y me extrañó que, cuando se hicieron las oraciones de los fieles, se empezase siempre, en primer lugar, pidiendo por la santa iglesia católica. Este no es el orden del evangelio. Primero hay que pedir por el mundo, por la humanidad, por los que lo necesitan, porque la gente cambie de mentalidad. Y después pedimos por la iglesia, que somos nosotros. Pero empezar pidiendo por la iglesia no es según el evangelio, según el Padre nuestro. Porque el Señor nos ha enseñado muy claramente cuál es el orden. Primero el amor a todos, después la preocupación por nosotros. Veis que, ser perfecto como vuestro Padre del cielo es perfecto, implica el amar a todos, el amor universal. Por eso en primer lugar ponemos el amor universal. Esto es lo que tenemos que desarrollar. Desde nuestra realidad cristiana, que eso se haga realidad en todas partes, en los tres grados: liberación, creación de la persona nueva, creación de la sociedad nueva.

Porque sin seres humanos nuevos no hay sociedad nueva. Ese era el engaño de los judíos del tiempo de Jesús y de los discípulos, que tenían la misma mentalidad. Y es que, según ellos, lo que hacía falta era una revolución, una subversión reformista que quitase aquellos colaboracionistas, aquellos corrompidos, que eran los directores del pueblo en aquel tiempo, los sacerdotes y las familias ricas, y diera una nueva estructura. No sirve para nada. Lo hemos visto, lo estamos viendo. El ensayo de crear una sociedad nueva, como se ha hecho en los regímenes comunistas, Rusia y China, sobre todo, sin cambiar a la gente, lleva a la ruina. Porque si la gente sigue siendo ambiciosa, como lo sigue siendo, no ha renunciado a las ambiciones, vuelve a salir todo y se creará, con otras formas políticas, la misma injusticia. Y lo mismo podemos decir también de nuestra sociedad capitalista. ¿Cuál es su defecto? Esa ambición tremenda que crea violencia y crea injusticia necesariamente. De manera que el orden, la prioridad es el amor a la humanidad.

Y luego, como ya hemos dicho que estas peticiones suponen una experiencia, expresan un deseo e implican un compromiso de trabajo, naturalmente la comunidad se mira así misma y entonces pide estar a la altura y empieza la segunda parte del Padre nuestro, donde se utiliza el pronombre plural de primera persona: nosotros, nuestro, nos.

Nuestro pan del mañana dánoslo hoy.

En la siguiente petición se decía antiguamente: El pan nuestro de cada día dánoslo hoy. Ahora creo que han modificado un poco. ¿Quiere decir realmente esto? Es raro, porque un poco después, en el evangelio, el Señor nos dirá que no nos preocupemos por el mañana, que no nos preocupemos por lo que tenemos que comer, por lo que tenemos que vestir. Y es muy raro que en la oración central, él ponga la petición por el pan. Por eso nos preguntamos: ¿está bien traducido esto? La cosa es ardua, porque Jerónimo, que tradujo al latín los evangelios, encuentra la misma palabra griega "epiousion", nuestro pan, en el Padre nuestro de Mateo y de Lucas. Encuentra esa palabra y se hace un lío, porque en Mateo él traduce "nuestro pan supersustancial" y en Lucas, la misma palabra, la traduce por "nuestro pan cotidiano". Y uno se pregunta: ¿por qué dudaba tanto Jerónimo? ¿Tan difícil era esta palabra? Ciertamente.

Porque, fijaos, el Padre nuestro que rezamos nosotros está tomado del evangelio de Mateo, excepto esta palabra, porque por no decir "danos hoy nuestro pan supersustancial", cogieron de Lucas "nuestro pan cotidiano". El mismo Jerónimo, que conocía un evangelio que el llama el evangelio de los Hebreos, escrito seguramente en arameo, que se ha perdido por completo, dice: yo he leído en ese evangelio que la palabra correspondiente al griego "epiousion" era la palabra "maha", que en arameo significa mañana, al día siguiente.

Este es un dato importante, que se confirma con las traducciones que se hicieron en el norte de África. En la iglesia copta, egipcia, se tradujo el evangelio en varios dialectos. Un día, en el Instituto Oriental de Roma donde yo enseño, estaba estudiando el Padre nuestro, y comenté ante algunos compañeros: dice Jerónimo que esa frase significaría el pan de mañana. Y me dice un jesuita egipcio: pues eso es lo que decimos nosotros, en copto y en árabe. Y yo le dije: pues no sabes qué alegría me das. Y además descubrimos que también en otra lengua copta, en otro dialecto, estaba traducido también "pan del mañana". De manera que eso coincide con el dato de Jerónimo.

¿Dónde está la dificultad? Orígenes tiene su tratado de la oración donde trata del Padre nuestro. Y él dice que esta palabra fue inventada por los evangelistas. Lo cual es muy probable, porque era griego y sabía griego. Pero "inventada" no quiere decir que fuera ininteligible. Porque yo puedo coger una palabra española y de ella derivar una palabra que no existe, pero que todo el mundo entiende. Supongamos que de mañana yo pudiera derivar mañanero, que ya existe, pero, aunque no existiera, todo el mundo entendería que pertenece a la mañana. La palabra fue inventada por los evangelistas, pero estaba clarísimo para cualquier griego. Se trata del pan del mañana. Además muchos Padres griegos interpretan también como "el pan del mañana".

De modo que la frase sería: "nuestro pan del mañana dánoslo hoy". Primera petición por la comunidad cristiana. El pan es el símbolo de la comida, del banquete. Comer pan con alguien es comer con alguien. De manera que "nuestro pan del mañana" alude al banquete de la vida futura, que se describe como el banquete, como la fiesta de bodas. De manera que lo que se pide aquí es que ese pan, es decir, ese banquete de la vida futura, que es la expresión simbólica de la amistad, de la comunión, del amor mutuo, de la alegría, que eso sea realidad aquí y ahora. Que la comunidad cristiana viva esa alegría y esa comunión, esa unión y esa amistad que se esperaba para el banquete del otro mundo, de la vida futura.

Notemos que estamos en aquello que decíamos en el nº 8 de las bienaventuranzas. El 8 es el número de la vida futura, sin embargo se aplica a la vida presente, porque el reino de Dios aquí, el reinado de Dios, que es el don del Espíritu, es una realidad de la vida divina que entra en la historia humana. Y el Reino de Dios es el fruto de la realidad divina comunicada, que está presente en la historia humana. Por eso lo que pedimos aquí, esa realidad divina, que es la futura, de alegría, de unión, de amor, eso sea realidad hoy en nuestra comunidad. Con lo cual se caracteriza la comunidad cristiana. La comunidad cristiana es una comunidad de unión, de amor, de amistad, de alegría.

Y, evidentemente, hay una alusión a la Eucaristía. Nuestro pan del mañana, la realidad divina que se inserta en la historia humana, ese pan es también la Eucaristía, que es el banquete aquí, que representa y que realiza esa realidad futura.

Y perdónanos nuestras deudas, que también nosotros perdonamos a nuestros deudores.

Conservo la palabra "deuda", que es la que está en Mateo. Porque deuda significa que yo estoy obligado, pero no indica nada sobre la actitud del acreedor. En cambio si ponemos ofensa, como se ha puesto ahora, entonces significa que el otro está ofendido, que Dios está ceñudo e iracundo. Y esto no lo dice el evangelista. La palabra deuda implica que yo debo algo, pero Dios no está ofendido. Si ponemos ofensa es que Dios me mira con malos ojos. Ese cambio no ha sido feliz. Da una falsa idea de Dios, como si estuviese airado con nosotros. El Señor nos espera siempre y nos ofrece su amor siempre. Cuando hemos metido la pata, también nos ofrece su mano para levantarnos. Y nunca se cansa y nunca se venga y nunca castiga. De manera que la palabra "deuda" es mucho más adecuada, como también "nuestros deudores". Que uno esté en deuda conmigo, no quiere decir que yo esté ofendido ni molesto ni irritado contra él.

Se trata de la única petición del Padre nuestro que lleva una condición. Se pide que Dios nos perdone, pero porque cumplimos nosotros una condición. El "que" es causal. De manera que nosotros aseguramos que hemos cumplido la condición, y así le pedimos que nos perdone. ¿Dios no nos perdonaría, si nosotros no perdonáramos a los demás? No. Lo dice clarísimamente el Señor inmediatamente después del Padre nuestro: "si vosotros perdonáis, vuestro Padre os perdonará, pero si no perdonáis, no os perdona". ¿Por qué? Porque si yo me cierro al amor, no puedo recibir amor. El perdón es la manifestación del amor, una de las manifestaciones del amor. Uno pasa por alto la deuda, condona la deuda, pero, claro, esa manifestación de amor necesita que el que la recibe esté abierto al amor. Si el otro se ha cerrado no puede recibir el amor de Dios. No es que Dios no quiera, es que no puede perdonar. El amor es una corriente incesante, nace del Padre, se comunica a Jesús, Jesús se comunica a nosotros y nosotros a los demás. Si se detiene en nosotros, ya no se puede recibir, porque se ha tapado, se ha interrumpido el cauce. Imposible recibirlo. De manera que por eso nosotros aseguramos que estamos abiertos al amor, que nosotros perdonamos, que dejamos correr el amor. Y entonces le pedimos al Padre que su amor corra sobre nosotros, que su amor nos vaya limpiando continuamente, que todo lo que sea obstáculo en la comunidad sea inmediatamente lavado por ese perdón, porque nosotros también lavamos todo lo que estorba.

De manera que lo primero que pedimos en esta segunda parte es que la comunidad sea una comunidad de amor, una comunidad de unión y una comunidad de alegría. La segunda es que sea una comunidad de amor no sólo dentro de la comunidad, sino hacia todos. Que las debilidades, los obstáculos, las faltas sean continuamente borradas por ese amor de Dios que se derrama sobre ella, porque ella misma está derramando amor sobre los demás. Es una comunidad de un amor mutuo, fácil. Mutuo entre ellos y con los demás. Porque el perdón tiene que ser continuo y fácil siempre. Y así se asegura ese perdón de Dios, que es una manifestación de su amor.

Y no nos dejes ceder a tentación, sino líbranos del malo.

Esta última petición tiene dos aspectos. Acordaos de lo que dijimos de que el texto "se acuerda". Cuando Mateo habla aquí de tentación, ya había hablado de tentación cuando Jesús estaba en el desierto. Allí aparece el tentador que tienta a Jesús. Cuando Mateo, en el Padre nuestro, pone "no nos dejes ceder a la tentación", está aludiendo a las tentaciones de Jesús, que son las únicas de que ha hablado antes. Son tres las tentaciones de Jesús, que pueden ser tentaciones de la comunidad cristiana.

La primera es la siguiente. Jesús tiene hambre. "Si eres Hijo de Dios di a estas piedras se conviertan en panes. Y Jesús le contesta: No sólo de pan vive el hombre, sino de todo aquello que vaya saliendo de la boca de Dios". Es decir, el demonio lo tienta a buscar su beneficio personal, su comodidad personal sin tener en cuenta el plan de Dios. Y esta era una tentación de la comunidad cristiana. Hacer cosas no pensando antes si eso corresponde al plan de Dios o no, sino porque eso le conviene para su provecho personal. Utilizar el carisma, utilizar la realidad fuera de lo común que tiene el cristiano para procurar su provecho. La comunidad cristiana quiere satisfacer sus necesidades o medrar de alguna manera. ¿Pero eso corresponde al plan de Dios? Eso no importa. Es el ateísmo práctico. Actuar como si fuéramos una sociedad humana que le conviene esto o lo otro, se construye, se vende...

"El tentador sube a Jesús al alero del templo y le dice: tírate abajo, que ya está escrito: sus ángeles impedirán que tu pie tropiece con una piedra, te tomarán en volandas y tu pie no tropezará contra las piedras. Y el Señor le dice: No tentarás al Señor tu Dios". Esta es la tentación del providencialismo infantil. Nos metemos en un lío tremendo y decimos: ya Dios lo arreglará. No. Hay que pensar y calcular qué es lo que conviene hacer. Y además aquí entra también el deseo de vanidad. El pueblo está en el templo, en el patio y el tentador lo pone en la torre y le dice: tírate abajo, que verás cuando la gente vea que tú caes del cielo tan glorioso, sostenido por los ángeles cómo te van a reconocer. No. Eso es buscar el prestigio. Y además, con una irresponsabilidad espantosa. ¿Dios tiene que suplir nuestros errores? No.

La tercera, que es la más clara, es la del poder. Ahí el tentador ya no le dice, si eres Hijo de Dios, no puede decírselo, porque lo que está diciendo es que cambie de Dios. "Le muestra todos los reinos del mundo con toda su gloria". Es decir, el poder del dinero, del ejército, el poder militar, el poder del lujo, todo eso. "Y le dice: todo esto te daré, si tú me rindes homenaje". Rendir homenaje se hace a un rey, a Dios como rey. Entonces le dice: cambia de Dios. Que yo sea tu Dios. Satanás, en el evangelio, es el símbolo del poder, el poder que tienta al hombre. Porque la ambición de poder es la más poderosa. Satanás no es un ser espiritual que ande por ahí dando vueltas para fastidiar. No. Es el símbolo del poder. Por eso ofrece el poder y tienta a Jesús con el poder. Esta es la gran tentación. Te haré emperador del mundo, es lo que le está diciendo, si tú, en vez de rendir homenaje a ese Dios que dice que vas a morir, me rindes homenaje a mí, que te prometo la gloria de todo el reino. Y verás tú entonces como todo el mundo te sigue. A un Mesías que va a morir, no le sigue nadie. A un Mesías que es el rey esplendoroso, el rey riquísimo, el rey dominante, el rey de la fuerza militar, a ese lo seguirán todos. Es lo que le está proponiendo. Anda, sígueme, ríndeme homenaje.

La tentación del poder. Esta es la tercera tentación de Jesús y la tentación de la Iglesia. Constituir un poder, un dominio, utilizar el dinero, el prestigio y el dominio para imponerse en la sociedad. Esta es la tremenda tentación. Por eso decimos, además, líbranos del malo. El malo es Satanás, el tentador, el poder, la ambición de todo. Porque eso, en lugar de propagar el reino de Dios, de construir el reino de Dios, construye el reino del demonio, el reino del poder y del dinero.

Para terminar vamos a rezar este Padre nuestro.

Padre nuestro del cielo.
Proclámese ese nombre tuyo.
Llegue tu reinado.
Realícese en la tierra tu designio del cielo.
Nuestro pan del mañana dánoslo hoy.
Y perdónanos nuestras deudas,
ue también nosotros perdonamos a nuestros deudores.
Y no nos dejes ceder a la tentación,
sino líbranos del malo. Amén.

PREGUNTA: ¿ La versión del Padre nuestro, que actualmente utilizamos, ha mejorado algo?
Ha mejorado algo. El lenguaje es más sencillo. Padre nuestro del cielo, o que estás en el cielo, en vez "de los cielos", que parece más bien del lenguaje meteorológico. Y quizá alguna otra cosilla. Llegue a nosotros tu reino, en vez de venga "a nos" el tu reino. Pero, primero, no se ha corregido la traducción de acuerdo con lo que ahora ya se sabe. Y, segundo, el cambio de deudas por ofensas, me parece que da una idea de Dios mala, que no es la que se debería de dar. Lo demás queda igual. Cuando se tradujo la misa al español, yo colaboré con Alonso Shökel y otros y tradujimos el Gloria, el Credo. Eso que se recita en la misa es traducción nuestra. Propusimos a los obispos traducir el Padre nuestro, pero no quisieron, por eso de que ya todo el mundo lo sabe de memoria, es tradicional. Así estamos.

(Transcripción de la grabación preparada por Pedro Sánchez, O.P.
Parroquia de Santo Tomás de Villanueva. Vallecas. Madrid)

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jueves, 25 de junio de 2009

Lo imprevisible. Dolores Aleixandre

Alandar. Leo que un político colecciona en una libreta frases tópicas de las que aparecen en los periódicos: necesidad imperiosa,...

....lujo asiático, recuerdo imperecedero, cese fulminante, defensa numantina, escote generoso… Me parece buena idea y a todos se nos estarán ocurriendo otras muchas tipo pertinaz sequía o espectáculo dantesco. También se podrían coleccionar gestos tópicos y esperables: ahora Nadal morderá la copa que acaba de ganar, ahora los gobernantes emitirán un comunicado de enérgica repulsa, ahora el eclesiástico recién promovido a alto rango declarará que le ha pillado por sorpresa, que no se lo esperaba y que se siente indigno.
La liturgia católica también dispone de fórmulas previsibles y tópicas: Dios es siempre “todopoderoso y eterno”, casi todas las oraciones acaban con un “por los siglos de los siglos” y al oír: “el Señor esté con vosotros” contestamos sin vacilar: “y con tu espíritu”. Y está bien, y resulta hasta descansado que sea así porque no vamos a estar inventándolo todo cada vez.
El peligro está en sacar la conclusión de que todo lo del Evangelio es así de estereotipado y leer sus textos como previsibles, normales y despojados de su potencial de sorpresa, una vez redondeadas sus aristas y limadas sus puntas, como hacen los ganaderos con las astas de los toros. A partir de ahí, las palabras, reacciones o gestos de Jesús, en su momento insólitos y desconcertantes, nos resultan ahora acostumbrados y predecibles y los archivamos ordenadamente en una carpeta de nuestro imaginario que volveremos a abrir al llegar de nuevo el tiempo litúrgico correspondiente. Reaparecen entonces mansa y convenientemente domesticados, incapaces ya de amenazar nuestra tranquila seguridad ni de alborotarnos el asombro: Jesús ya no nace en una cuadra sino en el “portal de Belén” con su buey y su mulita; la jofaina con agua sucia que acarreó aquella noche se difumina frente a la artística jarra que se usa en los Oficios; la escena desgarrada del Calvario es ahora un colgante chapado en oro en el escaparate de una joyería. Y como se muere pero en seguida resucita, allá vosotros, pero yo me voy a la playa que dicen que este año va a hacer bueno.
Nada de lo suyo había sido previsible: perder sus mejores años haciendo chapuzas en una aldea, rodearse luego de una cuadrilla de incompetentes, decir que el que pierde gana, elegir una bicicleta (o un burro que viene a ser lo mismo) en vez de en un coche oficial blindado, quedarse con los suyos partiendo el pan cuando aún estaba a tiempo de huir, dejarse arrastrar por las calles como un delincuente, aguantar con su extraño amor hasta el final. No es de extrañar que los que pasaban ante su cruz menearan la cabeza y comentaran: “Hay que ver qué final tan desastroso el de este pobre chico. Se estaba viendo venir y es que lo que mal empieza, mal acaba. Mira a dónde ha ido a parar tanto ocuparse de otros, tanta utopía y tanta solidaridad, y ese ajetreo de vida de acá para allá y rodeado de gentuza, que parecía un feriante. Y tanta matraca con lo de Dios y el Reino y con lo de mirar los pájaros y los lirios…; toma ahora reinado y toma lirios, y a ver dónde está ese Padre del que tanto se fiaba. Más le hubiera valido preparar unas oposiciones, comprarse un piso y asegurarse el futuro. Ahí le tenéis desnudo, que no le ha quedado ni la túnica, y lo único que es capaz de dejar es su último aliento, menuda herencia…”
Pues sí, precisamente ésa es la herencia que nos ha dejado. Él ya sabía de nuestra torpe memoria, de nuestra habilidad para acostumbrarnos a su Evangelio y desactivar su memoria peligrosa. Por eso nos envía su Espíritu, para crear en nuestras vidas regidas por la previsión y el acomodo, alarma, estupor, conmoción y sobresalto. Un Espíritu que desata miedos, suscita audacias, sacude desánimos y provoca locas esperanzas. Sus cómos no son previsibles, pero ahí está la gracia: en creer que lo suyo es renovar la faz de la tierra.

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miércoles, 3 de junio de 2009

Flaqueza evangélica

pastoralsj. ¿Cómo llamarme cristiano cuando a veces me descubro tan alejado de Dios, tan egoísta con la gente, tan frío en la fe? ¿Cómo hablar de amor cuando a veces mi corazón alberga desprecio o indiferencia?

¿Cómo amar a un Dios que a veces se me oculta?Pareciera que para vivir el evangelio hay que ser gente virtuosa, paciente, buena, sólida, firme, coherente a ultranza… ¡Vamos, un mirlo blanco! Parece que hay que tenerlo todo claro, o al menos tener muy claro lo esencial. Pero en realidad esa es una de las paradojas del evangelio. Descubrir en nosotros una debilidad fecunda, una flaqueza invencible, una contradicción sedienta de algo firme. Y ahí, en esa tormenta, avanzar sin rendirse, sabiendo quién nos sostiene…


1. No se trata de ser mediocres
“Sus jefes juzgan por soborno, sus sacerdotes predican a sueldo, sus profetas adivinan por dinero; y encima se apoyan en el Señor diciendo: ¿No está el Señor en medio de nosotros?”
(Miq 2, 11)





Que ahí está la trampa: Justificar, en nombre de la debilidad tan humana, el vivir un poco a medias. No somos perfectos, y jamás lo seremos. Somos limitados, pecadores y muy frágiles.Pero eso no ha de convertirse en un canto la mediocridad o a la tibieza. ¿Y en qué consiste esa tibieza? El amor sin raíz. La fe sin preguntas ni Dios. Los encuentros sin historia. Las fachadas sin trastienda. Los errores sin importancia. Las palabras sin contenido real. Los verbos que solo se conjugan en primera persona. El juicio sin misericordia. * A veces uno tiene que examinarse y exigirse un poco en la vida. ¿Dónde tengo que crecer yo? ¿Cuáles son mis “tibiezas”?



LEYENDA
Vivió sin alma,
con agua en las venas,
con una risa demasiado fácil,
con nada en las lágrimas.
Sólo amó a un espejo.
Nunca persiguió un sueño
que pudiera fallarle.Cada vez que apostó
iba sobre seguro.
Amuralló su vida
con certidumbres insulsas,
con rutinas
que nunca le dejaron
asomarse al silencio,
al vacío, a la nada, al Todo.
Nadie le hizo tanto daño
como para enseñarle a perdonar.
Miró hacia atrás,
en un instante de lucidez
y aunque en sus entrañas
nacía un lamento
por la vida sin vivir,
se dijo: “Es tarde”
¡Pero nunca es tarde!
José María R. Olaizola, sj




2. Se trata de ser humanos
“Yo le dije: “¡Ay, Señor mío! mira que no se hablar, que soy un muchacho”.
El señor me contestó: “No digas que eres un muchacho,
que a donde yo te envíe, irás, lo que yo te mande, lo dirás.
No tengas miedo, que yo estoy contigo” (Jer 1,6-7)




Humanos en la debilidad. No exigirnos una perfección irreal. No mitificar nuestras capacidades ni querer ignorar lo contradictorio de nuestras vidas. Aceptar que el amor a veces duele. Que el compromiso a veces cuesta. Que habrá días en que la generosidad no asoma por ninguna parte, y episodios en que las lágrimas campen a sus anchas.Se trata de darse cuenta de que la propia vida no es un cuento infantil, sino más bien una historia con la complejidad de las historias humanas, con alegrías y tristezas, con aciertos y errores, con preguntas y respuestas (y alguna que otra pregunta sin respuesta). Eso sí, sabiendo que en esa debilidad, y en Dios, somos fuertes de un modo bien diferente.* ¿Cuál es mi debilidad, tan humana, en la manera de vivir el evangelio? ¿Soy capaz de acoger con tranquilidad esas dos caras de la vida?




INTENTA
Intenta
tentativas,
experimentos
transformaciones,
escapes
huidas
descargas
liberaciones,
cambios
mutaciones
meditaciones
hasta que te gustes
a ti mismo
y en un trozo
del espejo
que rompistete
verás desnudo,
envuelto
en un sudario
de paz.
Gloria Fuertes

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miércoles, 27 de mayo de 2009

RED ASÍS. Compartiendo una búsqueda espiritual. BALDO CALMAESTRA, coordinador de Red Asís, redasis@arantzazu.org

ECLESALIA. Queremos invitaros a conocer la Red Asís, red social abierta de personas que quieren conocer o compartir la espiritualidad franciscana en su vida cotidiana.
Vivimos tiempos difíciles y de grandes paradojas. Tenemos a nuestra disposición posibilidades, comodidades y adelantos tecnológicos ni siquiera imaginados hace sólo unas décadas. Sin embargo, vivimos en un mundo con grandes desorientaciones: crisis económicas, sociales, ecológicas y políticas, pobreza, exclusión, marginación, violencia, crisis de sentido… Medio mundo se muere de hambre y sed, y podría alimentarse con lo que sobra al otro medio.


Constatamos que nuestra sociedad actual ha optado por buscar la felicidad y el sentido de la existencia en los valores más materiales e individualistas de la técnica, el consumo, el poder, el control, la seguridad, el éxito, el dinero… Los valores más inmateriales como la espiritualidad, la cultura, la ética, la naturaleza, el amor, la solidaridad…quedan en un alejado segundo plano. Sin embargo, la desorientación personal y social permanece y crece. Todas o la inmensa mayoría de las personas compartimos una inconformidad existencial que tiene que ver con la necesidad de buscar un sentido a la vida.
Ante esta realidad, en la Red Asís pensamos que el ser humano necesita recuperar su dimensión espiritual y tenemos la intuición de que la espiritualidad cristiana y en concreto la franciscana pueden tener algo que decir en este tiempo de desorientación.
Por todo ello, queremos invitar a todo el que lo desee a compartir, cada uno desde donde esté, haciendo lo que hace, y cada cual a su ritmo y manera, una experiencia personal de búsqueda espiritual en torno a lo que es el primero de los pilares de la Red Asís: cuatro principios de la espiritualidad franciscana: la relación con Dios, la humildad como actitud vital, la solidaridad y la fraternidad.
No pretendemos crear ninguna organización o grupo nuevo en el que haya que asistir a reuniones o participar en debates, ni pagar ninguna cuota. Sólo necesitamos estar comunicados mediante una dirección de correo electrónico o postal para poder recibir mensualmente la Carta de Asís -segundo pilar- con material para la reflexión y la oración personal.
De la Red Asís, que comenzó su marcha en octubre del año pasado, formamos parte ya, más de 970 personas de todas las edades, de las que unas 500 aproximadamente nos juntamos cada último jueves de mes a las 19,30h en una oración comunitaria –tercer pilar- que tiene lugar ya en 13 pueblos de Euskadi y Navarra y que esperamos pueda seguir ampliándose a otros lugares de España.
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
Si quieres conocernos entra en http://goog_1243412650893/, escríbenos a redasis@arantzazu.org o llama al 646 214 896.

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domingo, 17 de mayo de 2009

ALGUNAS CLAVES DE LA ESPIRITUALIDAD DE JESÚS. José Antonio Pagola Elorza

Voy a tratar de situar el contenido y el alcance de mi ponencia haciendo unas breves anotaciones:
«Espiritualidad» es una palabra desafortunada. Casi siempre se la vincula con la religión, y para muchos significa algo alejado de la vida real, algo inútil que no se sabe exactamente para qué puede servir. Lo que interesa es lo concreto, lo práctico, lo material, no lo «espiritual».
Sin embargo, el «espíritu» de una persona es algo muy valorado incluso en la sociedad actual, pues indica lo más hondo de su propio ser: sus motivaciones últimas, su ideal, la pasión que lo anima, la mística por la que vive y trabaja, lo que contagia a los demás, lo que esa persona va poniendo en el mundo.
La «espiritualidad» en su sentido más amplio consiste en vivir realmente con espíritu, no de forma inconsciente, automática, vacía. Según sea el «espíritu» que inspira e impregna nuestros proyectos y compromisos, así será nuestra espiritualidad. Se puede vivir con «espíritu franciscano» o con «espíritu capitalista».

La espiritualidad no es patrimonio de las religiones. Cualquier persona que vive con hondura y calidad humana su existencia, vive con una determinada espiritualidad que motiva su vida, inspira su comportamiento y configura sus valores y el horizonte de su ser.
Sin embargo, es cierto que la espiritualidad es algo muy propio de la experiencia religiosa. La religión sitúa al ser humano frente al misterio último de su existencia, invita a descubrir el verdadero sentido de la vida y a tomar opciones fundamentales; ¿cuál es nuestro Dios? ¿Cuál es el centro de nuestra vida? ¿Dónde ponemos nuestra última esperanza?
Los cristianos hablamos hoy de diferentes escuelas o corrientes de espiritualidad: espiritualidad luterana, calvinista o católica; espiritualidad monástica, laical, familiar, sacerdotal; espiritualidad benedictina, ignaciana, teresiana. Como es obvio, la espiritualidad cristiana consiste en seguir a Jesús de manera que su experiencia de Dios y su Espíritu sean los que configuren nuestra vida. Esto es lo que diferencia la espiritualidad cristiana de la budista, la judía o la islámica.
No hay un camino hecho en la espiritualidad. El itinerario espiritual de cada persona es una aventura inédita y original de cada uno. Si queremos vivir una espiritualidad viva y actualizada en nuestro tiempo, tendremos que estar muy atentos y muy abiertos al Espíritu que animó a Jesús.
Vamos a aproximarnos a espiritualidad de Jesús. No es mi intención detenerme a estudiar cómo esa espiritualidad se enraíza en la experiencia religiosa de su pueblo, cómo se alimenta en el espíritu de los profetas de Israel y de los grandes orantes de los salmos; tampoco voy a hablar directamente de la oración de Jesús, sus rasgos principales, su búsqueda de silencio y recogimiento, su capacidad de conjugar la dimensión contemplativa y una intensa actividad.
Voy a hablar solamente de las claves de la espiritualidad de Jesús. Nos vamos a centrar en lo esencial. Las preguntas que están en el trasfondo de esta exposición son las decisivas: ¿qué experiencia de Dios tiene Jesús?, ¿quién es Dios para él? ¿cómo se sitúa ante su misterio? ¿cómo le vive a Dios? y ¿cómo esa experiencia de Dios inspira y marca toda su vida?

1. Buscar el reino de Dios y su justicia
Jesús no es un hombre disperso, atraído por diferentes intereses, sino una persona profundamente unificada en torno a una experiencia nuclear: Dios, el Padre bueno de todos. Es él quien unifica su intensa actividad, inspira su mensaje y polariza todas sus energías. Captar las claves de la espiritualidad de Jesús exige captar cómo vive Jesús de esa experiencia de Dios.
Hay algo que se percibe enseguida. Para Jesús, Dios no es una teoría, sino una experiencia. Nunca propone una doctrina sobre Dios. Nunca se le ve explicando su idea de Dios. Para Jesús, Dios es una presencia cercana y amistosa que transforma todo su ser y le hace vivir buscando una vida más digna, amable y dichosa para todos, empezando por los últimos.
Jesús no pretende en ningún momento sustituir la doctrina tradicional de Dios por otra nueva. Su Dios es el Dios de Israel: el único Señor, creador de los cielos y de la tierra, el salvador de su pueblo querido. Nunca discute Jesús con ningún sector judío sobre Dios. Todos creen en el mismo Dios.
La diferencia está en que los dirigentes religiosos del pueblo asocian a Dios con su sistema religioso y no tanto con la vida y la felicidad de la gente. Lo primero y más importante para ellos es dar gloria a Dios observando la ley, respetando el sábado y asegurando el culto del templo. Jesús, por el contrario, asocia a Dios con la vida: lo primero y más importante para él es que los hijos e hijas de Dios gocen de una vida digna y justa. Esto es lo nuevo. Jesús implica a Dios no con la religión, sino con la vida. Lo más importante para Dios es la vida de las personas, no la religión. Los sectores más religiosos de Israel se sienten urgidos por Dios a cuidar la religión del templo y la observancia de la ley. Jesús, por el contrario, se siente enviado por Dios a promover su justicia y su misericordia.
Lucas ha captado muy bien la espiritualidad de Jesús cuando lo presenta en la sinagoga de Nazaret aplicándose a sí mismo estas palabras del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me han ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Noticia, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor»[2]. A Jesús el Espíritu de Dios lo impulsa a introducir en el mundo la «Buena Noticia» para los pobres, «liberación» para los cautivos, «luz» a los ciegos, «libertad» a los oprimidos, «gracia» a los desgraciados. La escena es probablemente una composición de Lucas, pero recoge muy bien el Espíritu que anima a Jesús. La espiritualidad cristiana empuja, antes que nada, a promover una vida más liberada, más sana, más dichosa. Es lo que más agrada a Dios.
Por eso, el centro de la espiritualidad de Jesús no lo ocupa Dios propiamente, sino el «reino de Dios». Jesús no separa nunca a Dios de su reino. No puede pensar en Dios sin pensar en su proyecto de trasformar el mundo. No invita a la gente a buscar a Dios simplemente, sino a «buscar el reino de Dios y su justicia»[3]. No llama a «convertirse» a Dios sin más, sino que pide a todos a «entrar» en el reino de Dios.
Jesús no contempla a Dios encerrado en su propio mundo, aislado de los problemas de la gente; lo siente comprometido por un mundo más humano. Lo vive como la presencia buena de un Padre que se está introduciendo en el mundo para humanizar la vida. Por eso, para Jesús, el lugar privilegiado para vivir a Dios no es el culto, ni tampoco el desierto, sino allí donde se va haciendo realidad su reino de justicia.
Resumiendo. La espiritualidad de Jesús está centrada en el reino de Dios, es decir, se alimenta de un Dios que sólo busca una humanidad más justa y más feliz, y tiene como centro y tarea decisiva construir una vida más humana, tal como la quiere Dios. Cualquier espiritualidad que quiera llamarse y ser cristiana tendrá que seguir a Jesús por los caminos del reino de Dios.

2. Experimentar a Dios como Padre
Las fuentes cristianas coinciden en afirmar que la actividad profética de Jesús comenzó a partir de una intensa experiencia de Dios. Con ocasión de su bautismo en el Jordán, Jesús tiene una vivencia que trasforma decisivamente su vida. No se queda por mucho tiempo junto al Bautista. Tampoco se vuelve a su trabajo de artesano en la aldea de Nazaret. Movido por un impulso interior incontenible, comienza a recorrer los caminos de Galilea anunciando a todos la llegada del «reino de Dios». ¿Quién es este Dios que se adueña de Jesús y lo pone totalmente al servicio de su proyecto del reino?
En el relato más antiguo leemos así: «En cuanto salió del agua, vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu descendía sobre él como una paloma. Y se oyó una voz que venía del cielo: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”»[4]. Nada puede expresar mejor lo vivido por Jesús que esas palabras insondables: «Tú eres mi hijo querido». Todo es diferente a lo vivido por Moisés en el monte Horeb, cuando se acerca tembloroso a la zarza ardiendo. Dios no dice a Jesús: «Yo soy el que soy», sino «Tú eres mi hijo». No se muestra como Misterio inefable, sino como un Padre cercano. «Tú eres mío, eres mi hijo. Tu ser entero está brotando de mí. Yo soy tu Padre». El relato subraya el carácter gozoso y entrañable de esta revelación: «Eres mi hijo querido, en ti me complazco. Te quiero entrañablemente. Me llena de gozo que seas mi hijo. Me siento feliz».
Jesús responderá con una sola palabra: «Abbá». En adelante, no lo llamará con otro nombre cuando se comunique con él. A Jesús le sale de dentro llamarle a Dios «Padre». Sin duda, lo más original es que, al dirigirse a Dios, lo invoca con esa expresión desacostumbrada: «Abbá». Una expresión que, dentro de las familias judías evocaba el cariño, la intimidad y la confianza del niño pequeño con su padre[5]. Jesús le vive a Dios como alguien tan cercano, bueno y entrañable que, al dialogar con él, le viene espontáneamente a los labios esta palabra: «Abbá, Padre querido». No encuentra una expresión más honda. Esta costumbre de Jesús provocó tal impacto que todavía años más tarde, en las comunidades de habla griega, dejaban sin traducir el termino «Abbá» en arameo, como eco de la experiencia personal vivida por Jesús[6].
Esta costumbre de Jesús arroja una luz muy grande sobre su espiritualidad, pues nos descubre sus dos actitudes fundamentales ante Dios: confianza total y disponibilidad incondicional. La vida entera de Jesús transpira esta confianza. Jesús vive abandonándose a Dios. Todo lo hace animado por esa actitud genuina, pura, espontánea de confianza en su Padre. Busca su voluntad sin recelos, cálculos ni estrategias. No se apoya en la religión del templo ni en la doctrina de los maestros; su fuerza y seguridad no provienen de las escrituras ni de las tradiciones de Israel. Nacen de su Padre. Esta confianza hace de él un profeta libre de tradiciones, costumbres o modelos rígidos de actuación. Su fidelidad al Padre le hace vivir de manera creativa, innovadora y audaz. Su fe en Dios es absoluta. Por eso le apena tanto la «fe pequeña» de sus seguidores.
Esta confianza genera en Jesús una docilidad incondicional ante su Padre. Sólo busca cumplir su voluntad. Es lo primero para él. Y esa voluntad de Dios no es ningún misterio: es una vida más digna y dichosa para todos, empezando por los últimos. Nada ni nadie le apartará de ese camino. Como hijo bueno, busca ser la alegría de su Padre; como hijo fiel, vive identificándose con él e imitando siempre su modo de actuar. Ésta es la motivación secreta que lo alienta siempre, incluso en el momento terrible de aceptar su crucifixión.
La espiritualidad de Jesús está alimentada, sostenida y animada por la experiencia de Dios Padre. Esta experiencia marca toda su vida al servicio del reino de Dios. Jesús vive plenamente para el reino desde una actitud de confianza total en Dios y de disponibilidad incondicional. Una espiritualidad donde falten estos dos rasgos básicos no es todavía la espiritualidad de Jesús.

3. Acoger la bondad de Dios
Para adentrarnos más en la espiritualidad de Jesús, hemos de ahondar en su experiencia de Dios. Sólo señalaré tres rasgos básicos. Jesús vive seducido por la bondad de Dios. Dios es bueno. Jesús capta su misterio insondable como un misterio de bondad. No necesita apoyarse en ningún texto de las escrituras sagradas. Para él es un dato primordial e indiscutible que se impone por sí mismo. Dios es una Presencia buena que bendice la vida. La solicitud amorosa del Padre es casi siempre misteriosa y velada, pero está siempre presente envolviendo la existencia de toda criatura. Jesús lo percibe alimentando los pájaros del cielo y cuidando los lirios del campo[7]. Esta experiencia es decisiva. Lo que define a Dios no es su poder, como entre las divinidades paganas del imperio; tampoco su sabiduría como en algunas corrientes filosóficas de Grecia. La realidad insondable de Dios, lo que no podemos pensar ni imaginar de su misterio, Jesús lo capta como bondad y compasión. Dios es bueno con todos sus hijos e hijas. Lo importante para él son las personas; mucho más que los sacrificios del templo o el cumplimiento del sábado. Dios sólo quiere su bien. Nada ha de ser utilizado contra las personas y, menos aún, la religión.
Este Padre bueno es un Dios cercano. Su bondad lo envuelve todo, está ya irrumpiendo en la vida bajo forma de misericordia. Jesús vive esta cercanía de Dios con asombrosa sencillez y espontaneidad. En nombre de este Dios bendice a los niños, cura a los enfermos, acoge a los pecadores y ofrece gratis su perdón. Todo esto es pequeño e insignificante, como un grano de trigo sembrado bajo tierra, que pasa desapercibido pero que pronto se manifestará en espléndida cosecha. Así es la bondad de Dios: ahora está escondida bajo la realidad compleja de la vida, pero un día acabará triunfando sobre el mal. Hoy todo está entremezclado, todo está en camino, inacabado. La bondad de Dios sólo reina donde sus hijos e hijas la acogen y comunican, pero un día se manifestará en toda su plenitud. Para Jesús, todo esto no es teoría. Dios es cercano y accesible a todos. Cualquiera puede tener con él una relación directa e inmediata desde lo secreto de su corazón. Él habla a cada uno sin pronunciar palabras humanas. Él atrae a todos hacia lo bueno. Hasta los más pequeños pueden descubrir su misterio. No son necesarias mediaciones rituales ni liturgias complicadas como las del templo para encontrarse con él. Dios no está atado a ningún templo ni lugar sagrado. No es propiedad de los sacerdotes de Jerusalén ni de los maestros de la ley. Desde cualquier lugar es posible elevar los ojos al Padre del cielo. Jesús invita a vivir confiando en el misterio de un Dios bueno y cercano: «Cuando oréis, decid: ¡Padre!»[8].
Este Dios cercano busca a las personas allí donde están, incluso aunque se encuentren «perdidas», lejos de la Alianza de Dios. Nadie es insignificante para él. A nadie da por perdido. Nadie vive olvidado por este Dios[9]. Él es de todos, «hace salir su sol sobre buenos y malos. Manda la lluvia sobre justos e injustos». El sol y la lluvia son de todos. Nadie puede apropiarse de ellos. No tienen dueño. Dios los ofrece a todos como un regalo, rompiendo nuestra tendencia moralista a discriminar a quienes nos parecen malos. Dios no es propiedad de los buenos; su amor está abierto también a los malos. Esta fe de Jesús en la bondad universal de Dios no dejaba de sorprender. Durante siglos se había escuchado algo muy diferente en aquel pueblo. Se habla con frecuencia del amor y la ternura de Dios, pero es un amor que hay que merecerlo. Así dice un conocido salmo: «Como un padre siente ternura hacia sus hijos, así siente el Señor ternura», pero ¿hacia quiénes? Sólo hacia «aquellos que le temen»[10]. Jesús impulsa una espiritualidad que supera el espíritu de no pocos salmos, pues está alimentada por la fe en un Dios bueno con todos.
Muchas veces habló Jesús de Dios como Padre bueno, pero nunca lo hizo con la maestría seductora con que describe en una parábola a un padre acogiendo a su hijo perdido[11]. Dios, el Padre bueno, no es como un patriarca autoritario, preocupado sólo de su honor, controlador implacable de su familia. Es como un padre cercano que no piensa en su herencia, respeta las decisiones de sus hijos y les permite seguir libremente su camino. A este Dios siempre se puede volver sin temor alguno. Cuando el padre ve llegar a su hijo hambriento y humillado, corre a su encuentro, lo abraza y besa efusivamente como una madre, y grita a todo el mundo su alegría. Interrumpe la confesión del hijo para ahorrarle más humillaciones; no necesita que haga nada para acogerlo tal como es. No le impone castigo alguno; no le plantea ninguna condición para aceptarlo de nuevo en casa; no le exige un ritual de purificación. No parece sentir necesidad de expresarle su perdón; sencillamente, lo ama desde siempre y sólo busca su felicidad. Le regala la dignidad de hijo: el anillo de casa y el mejor vestido. Ofrece al pueblo fiesta, banquete, música y baile. El hijo ha de conocer junto al padre la fiesta buena de la vida, no la diversión falsa que ha vivido entre prostitutas paganas.
Éste no es el Dios vigilante de la ley, atento a las ofensas de sus hijos, que hace pagar a cada uno su merecido y no concede el perdón si antes no se han cumplido escrupulosamente unas condiciones. Éste es el Dios del perdón y de la vida; no hemos de humillarnos o autodegradarnos en su presencia. Al hijo no se le exige nada. Sólo creer en el Padre. Cuando Dios es captado como poder absoluto que gobierna y se impone por la fuerza de su ley, emerge una espiritualidad regida por el rigor, los méritos y los castigos. Cuando Dios es experimentado como bueno, cercano y compasivo con todos, nace una espiritualidad fundada en la confianza, el gozo y la acción de gracias. Dios no aterra por su poder y su grandeza, seduce por su bondad y cercanía. Lo decía Jesús de mil maneras a los enfermos, desgraciados, indeseables y pecadores: Dios es para los que tienen necesidad de que sea bueno.

4. Vivir animados por el Espíritu de Dios
En el Jordán, Jesús no vive sólo la experiencia de ser hijo querido por Dios. Al mismo tiempo, se siente lleno de su Espíritu. Según el relato, del cielo abierto, «el Espíritu desciende sobre él». El Espíritu de Dios, que crea y sostiene la vida, que cura y da aliento a todo viviente, que lo renueva y transforma todo, viene a llenar a Jesús de su fuerza vivificadora. Jesús lo experimenta como Espíritu de gracia y de vida. Se siente lleno del Espíritu del Padre, no para condenar y destruir, sino para curar, liberar de «espíritus malignos» y dar vida. Toda la espiritualidad de Jesús está orientada a introducir vida en el mundo. El Espíritu de Dios lo conduce a curar, liberar, potenciar y mejorar la vida. El evangelio de Juan lo resume poniendo en boca de Jesús estas palabras inolvidables: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia»[12]. Este rasgo es decisivo para captar la espiritualidad de Jesús.
El Espíritu que Jesús lleva dentro le hace vivir a Dios como un Dios del cambio. Dios es una poderosa fuerza de transformación. Su presencia es siempre estimulante, incitadora, provocativa, interpeladora: atrae hacia la conversión. Dios no es una fuerza conservadora, sino una llamada al cambio: «El reino de Dios está cerca; cambiad de manera de pensar y de actuar, y creed en esta buena noticia»[13]. Cuando se le acoge a Dios, ya no es posible permanecer pasivos. Dios tiene un gran proyecto. Hay que construir una tierra nueva, tal como la quiere él. Hemos de orientarlo todo hacia una vida más humana, empezando por aquellos para los que la vida no es vida. A los que lloran, Dios los quiere ver riendo y a los que tienen hambre los quiere ver comiendo. Quiere que las cosas cambien para que todos puedan vivir mejor. Vivir la espiritualidad de Jesús es vivir cambiando la vida, haciéndola mejor y más humana, como la quiere Dios.
Si algo desea el ser humano es vivir y vivir bien. No sólo después de la muerte, sino también ahora. Y si algo busca Dios es que ese deseo se haga realidad. Cuanto mejor viva la gente, mejor se realiza el reino de Dios. A Dios no le interesa solo la salvación eterna. Le interesa el bienestar, la salud de las personas, la convivencia, la paz, la familia, el disfrute diario de la vida. Y, cuando todo esto es impedido por el mal, fracasa por nuestro pecado o queda a medias, interrumpido por la muerte, Dios sigue buscando el cumplimiento pleno de sus hijos e hijas en la vida eterna. Así dice Dios en el libro del Apocalípsis: «Al que tenga sed, yo le daré a beber gratis de la fuente del agua de la vida»[14]. ¡Gratis! Sin merecerlo. Así saciará Dios nuestro anhelo de vida. Vivir la espiritualidad de Jesús es vivir buscando siempre lo que lleva a las personas a saciar su anhelo de vida verdadera.
Este Dios que quiere la vida, está siempre del lado de las personas y en contra del mal, el sufrimiento y la muerte. Jesús le vive a Dios como una fuerza que sólo quiere el bien, que se opone a todo lo que hace daño al ser humano y que, por lo tanto, quiere liberar la vida del mal. Así lo experimenta y así lo comunica Jesús a través de toda su vida. Por eso, Jesús no hace sino luchar contra los ídolos que se oponen a este Dios de la vida y son divinidades de muerte. Ídolos como el Dinero o el Poder, que deshumanizan a quien les rinde culto, y que exigen víctimas para subsistir. La defensa de la vida le lleva directamente a denunciar y luchar contra lo que trae muerte y deshumanización: «No podéis servir a Dios y al Dinero»[15]. «Dad al César lo que es del César, pero a Dios lo que es de Dios»[16]. Vivir la espiritualidad de Jesús es vivir luchando de manera concreta contra ídolos, poderes, sistemas, estructuras o movimientos que hacen daño, deshumanizan el mundo e introducen muerte.
Jesús le vive a Dios como fuerza curadora. A Dios le interesa la salud de sus hijos e hijas. Se opone a todo lo que disminuye o destruye la integridad de las personas. Movido por su Espíritu, Jesús se dedica a curar. El sufrimiento, la enfermedad o la desgracia no son expresión de la voluntad de Dios. No son castigos, pruebas o purificaciones que Dios va enviando a sus hijos. Es impensable encontrar en Jesús un lenguaje de esta naturaleza o una espiritualidad alimentada de esta manera de ver las cosas. Cuando se acerca a los enfermos, no es para ofrecerles una visión piadosa de su desgracia, sino para potenciar su vida. Aquellos ciegos, sordos, cojos, leprosos o poseídos pertenecen al mundo de los que no pueden disfrutar la vida como los demás. Jesús se acerca a ellos para despertar su fe y para lograr en la medida de lo posible su curación. Jesús los quiere ver caminar, hablar, ver, sentir, ser dueños de su mente y de su corazón. Estos cuerpos curados contienen un mensaje para todos: «Si yo expulso los demonios por el Espíritu de Dios, es que está llegando a vosotros el reino de Dios»[17]. Cuando el Espíritu de Dios está vivo y operante en una persona, esa persona vive de alguna manera curando a los demás del mal que los puede esclavizar. Éste fue el recuerdo que quedó de Jesús: «Ungido por Dios con el Espíritu Santo y con poder, pasó la vida haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él»[18]. Vivir la espiritualidad de Jesús, impregnados como él por el Espíritu del Dios de la vida, es pasar la vida «haciendo el bien», curando a los oprimidos, deprimidos o reprimidos. Quien vive del Espíritu de Jesús es curador.
Impulsado por el Espíritu de Dios, Jesús vive defendiendo a los pobres. La liturgia romana ha captado bien este rasgo esencial del Espíritu Santo cuando en un himno se le llama «pater pauperum» (defensor de los pobres). Dios es de los pequeños e indefensos, de los frágiles y desvalidos. Por eso, Jesús felicita a los pobres, bendice a los niños e impone sus manos sobre los enfermos. Son gestos que expresan su deseo de envolver a los indefensos con la fuerza protectora del Espíritu de Dios. Ese Espíritu conduce a Jesús a solidarizarse con los últimos, nunca con los intereses de los primeros. Los poderosos están creando una barrera cada vez mayor entre ellos y los débiles: son el gran obstáculo que impide una convivencia más justa y digna en el mundo. La riqueza de los poderosos no es signo de la bendición de Dios, pues está creciendo a costa del sufrimiento y de la muerte de los más débiles. Toda la vida de Jesús se convierte en un grito: «Los últimos serán los primeros». Quien vive la espiritualidad de Jesús termina alineándose con los débiles y defendiendo a los indefensos. De alguna manera, su espiritualidad lo conduce a vivir sugiriendo, susurrando o gritando que para Dios, «los últimos son los primeros».
El Espíritu de Dios conduce a Jesús a acoger a los excluidos. No puede ser de otra manera. Su experiencia de Dios es la de un Padre que tiene en su corazón un proyecto integrador donde no haya privilegiados que desprecian a indeseables, santos que condenan a pecadores, puros que se separan de impuros, varones que someten a mujeres, fuertes que abusan de débiles, adultos que dominan a niños. Dios no bendice la exclusión ni la discriminación, sino la igualdad y la comunión fraterna y solidaria. Dios no separa ni excomulga, sino que abraza y acoge. Por eso, Jesús acoge a las mujeres, se acerca a los impuros, toca a los leprosos y promueve una «mesa abierta» a pecadores, indeseables y excluidos, como símbolo de la comunidad fraterna que quiere Dios. La espiritualidad de Jesús es una espiritualidad de comunión, no de separación y exclusión. Quien vive de su Espíritu crea igualdad, fraternidad, acogida, apertura. Es un error construir la comunión excomulgando a los indignos. No responde al Espíritu de Jesús.
Lleno de Espíritu de Dios, Jesús se atreve a desenmascarar los mecanismos de una religión y de una espiritualidad que no estén al servicio de la vida. Cuando una religión hace daño, no promueve la vida y hunde a las personas en la desesperanza, queda vacía de autoridad, pues no proviene del Dios de la vida. No hay leyes de Dios intangibles si de hecho hieren a las personas ya de suyo tan vulnerables. La actuación de Jesús es firme y clara respecto a la ley sagrada del sábado: no se puede dejar a alguien sin curar, porque así lo pide la supuesta observancia del culto. Para el Dios de la vida, ¿no será precisamente el sábado el mejor día para restaurar la salud y liberar del sufrimiento? La posición de Jesús quedó grabada para siempre en una sentencia suya inolvidable: «Dios creó el sábado por amor al hombre y no al hombre por amor al sábado»[19]. Movido por este Dios de la vida, Jesús se acerca a los olvidados por la religión. Su verdadera voluntad no puede quedar acaparada por una casta de piadosos o por una clase sacerdotal de controladores de la religión. Dios no da a nadie poder religioso sobre los demás, sino fuerza y autoridad para hacer el bien. Con ese Espíritu actúa siempre Jesús: no con poder autoritaro e imposición, sino con fuerza curadora. Jesús libera de miedos generados por la religión, no los introduce; hace crecer la libertad, no las servidumbres; atrae hacia el amor de Dios, no hacia la ley; despierta el amor, no el resentimiento. Quien vive de su Espíritu, sigue sus pasos.
Resumiendo, éstas pueden ser algunas de las claves de la espiritualidad de Jesús, que nos pueden ayudar a dar pasos hacia una espiritualidad más viva y auténtica para nuestros tiempos.

1. Una espiritualidad que arranca de la experiencia de Dios como Padre y enraíza al creyente en una doble actitud ante Dios. Confianza total en Dios en unos tiempos de crisis de fe, incertidumbre socio-cultural y futuro incierto. Docilidad incondicional a Dios en tiempos de relativismo religioso, inconsistencia moral y crisis de valores.
2. Una espiritualidad alimentada y sostenida por la experiencia de la bondad, la cercanía y el amor incondicional de Dios a todos. Una espiritualidad que, en nuestros tiempos, haga a Dios más creíble, más amable, más cercano, más de todos: creyentes, poco creyentes, menos creyentes, no creyentes. Como decía el teólogo suizo Von Baltasar, «sólo el amor es digno de fe».
3. Una espiritualidad animada por el Dios de la vida. Una espiritualidad no de conservación, sino de cambio, conversión y trasformación. Una espiritualidad al servicio de una vida más digna y dichosa para todos, que nos posiciona siempre contra el mal, el sufrimiento y la muerte. Una espiritualidad que nos haga vivir haciendo el bien y curando a las personas de la opresión y la depresión de nuestro tiempo. Una espiritualidad defensora de los últimos, que impulsa la acogida, la igualdad y la comunión en la Iglesia y en el mundo, que libera a la religión de su posible poder de esclavizar y hacer daño.
4. Una espiritualidad que nos pone mirando al proyecto de Dios sobre la Humanidad y nos hace vivir buscando en esta sociedad de nuestros días el reino de Dios y su justicia.
[1] Director del Instituto de Teología y Pastoral de San Sebastián
[2] Lucas 4, 16 – 22.
[3] Mateo 6, 33.
[4] Marcos 1, 10 – 11.
[5] Hoy sabemos, sin embargo, que también los adultos empleaban alguna vez este término expresando su respeto y obediencia al padre de la familia (J. Schlosser, E. Schillebeeckx, S. Guijarro, J. Dunn).
[6] Galatas 4, 6; Romanos 8, 15.
[7] Mateo 6, 26 – 30.
[8] Lucas 11, 2.
[9] Parábola del pastor bueno que busca la oveja perdida (Lucas 15, 4 – 6) y de la mujer que busca la moneda perdida (Lucas 15, 8 – 9).
[10] Salmo 103, 3.
[11] Lucas 15, 11 – 32.
[12] Juan 10, 10.
[13] Marcos 1, 15.
[14] Apocalipsis 21, 6.
[15] Lucas 16, 13 // Mateo 6, 24.
[16] Lucas 20, 25 // Mateo 22, 21.
[17] Mateo 12, 28. En Lucas 11, 20, no se habla del «Espíritu» de Dios, sino del «dedo» de Dios
[18] Hechos de los apóstoles 10, 38. [19] Marcos 2, 27.

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